La posibilidad de que hasta el 20 por ciento de las víctimas de la catástrofe del 19 de septiembre desarrolle alguna dolencia mental resulta alarmante y merece ser atendida como una prioridad.
De hecho, quienes transitan por las zonas más afectadas de lugares como Jojutla comienzan a acostumbrarse a imágenes de personas que lloran en la calle o que caminan sin atender el paso de vehículos, ajenos a la destrucción que les rodea.
Otras más, las que sufrieron las mayores pérdidas (un ser querido) se han dado a la tarea de participar en la ayuda a los damnificados y se han olvidado de sus propios y dolorosos problemas, pero tarde o temprano deberán enfrentar la realidad.
Tardaremos más de un lustro en recuperar lo perdido por el sismo, pero una buena intervención en salud pública, específicamente en salud mental, puede impedir que nuestros paisanos pierdan valiosos años de su vida hundidos en problemas que –con la atención adecuada- se pueden superar.