Ya son demasiados los trienios en que las alcaldías se dedican a coleccionar juicios laborales que por lo general pierden, con tal de cumplir el capricho de los presidentes municipales que llegan al poder y tienen que acomodar en la nómina a sus amigos o familiares.
A esto se suma la desleal práctica de los empleados de confianza de no renunciar cuando se acaba el periodo para el que fueron contratados, como era común hasta hace pocos años.
Los Ayuntamientos han dejado de cumplir su función de atender a los gobernados para dedicarse a fungir como bolsa de trabajo, muchas veces bien pagada para quienes son amigos del alcalde o de los regidores.
Prácticamente la obra pública municipal es inexistentes y los servicios públicos se prestan con menor calidad o se ha dejado en manos de particulares que cobran.
Reducir las amplias nóminas y negociar correctamente los despidos suena a una acción lógica, que sin embargo no se aplica, pero todo indica que ya es el momento de cambiar.