El de ayer fue un episodio de violencia inédito, que probablemente tenía como fin causar terror entre la población, pero que también ha sido aprovechado por toda clase de grupos y personajes para llevar agua a su molino en el momento menos indicado.
El ataque que provocó la muerte del líder estatal de la CTM –también ampliamente conocido por su faceta empresarial- y de una persona más, fue de una audacia nunca antes vista, pues en el lugar de los hechos había abundante vigilancia policiaca, así como numerosos comunicadores y ciudadanos.
El atacante no tenía la intención de pasar desapercibido. Milagrosamente no hubo más víctimas, pese a que el asesino disparó varias veces en contra de quienes le perseguían y que finalmente lograron su captura.
Todo, en un horario y en un sitio inusual.
La sociedad morelense requiere en estos momentos de unidad para hacer frente a este tipo de actos, que buscan desestabilizar todo aquello que importa.
Por eso resulta burdo el intento por sacar réditos políticos a una situación que, por representar un parteaguas, afecta a toda la población morelense, independientemente de dónde resida, o de la clase social a la que pertenezca o su filiación política.
El momento es crucial y no caben los egoísmos.