No solo los efectos del covid-19 auguran que el de 2021 sea un complejo proceso electoral: el exceso de partidos políticos y posiblemente de candidatos independientes generarán enormes fricciones y quizá propicien el abstencionismo, mientras el órgano electoral local deberá lidiar con la escasez de recursos y las opiniones divergentes en su interior, al tiempo que los partidos “tradicionales” buscarán por todos los medios garantizar su cada vez más difícil sobrevivencia, por lo que recurrirán a todos los medios para impugnar triunfos ajenos.
Para colmo, ya en los procesos anteriores ha costado trabajo encontrar suficientes ciudadanos interesados en capacitarse para asumir el valioso y delicado papel de funcionario electoral, por lo que es difícil creer que ahora habrá una excepción.
Los problemas logísticos generados por la redistritación apresurada que aprobó la anterior legislatura y la existencia de tres nuevos municipios viene a agregar complejidad al escenario.
Sonaría sensato en este arranque electoral pedir que haya civilidad entre los contendientes si no fuera porque los mismos de siempre no han respetado ningún apremio y en su mayoría los nuevos jugadores del tablero son también rostros (y mañas) ya conocidos.