Las barrancas que cruzan Cuernavaca y que hasta hace no mucho le daban su singular clima no solo están amenazadas por el crecimiento urbano desaforado, sino también por la alteración de la Naturaleza circundante, que ahora es más propensa sufrir incendios forestales que pueden destruir el delicado ecosistema.
La ocupación permanente de los cauces de muchas de esas barrancas ya es en sí una tragedia pero las cosas pueden complicarse si no prevenimos males mayores.
La población ha permanecido insensible a esa pérdida mientras incorpora a su vida cotidiana el cauce de las barrancas, que ahora se usan como desagües.
Sin embargo, su enorme capacidad de regeneración hace que aún alberguen preciadas especies de flora y fauna y colecten el agua que alimenta los mantos freáticos de donde beben pueblos y ciudades.
Ojalá aún estemos a tiempo de hacer algo sustancial.