La feria tradicional de Tlaltenango ha superado los tres siglos sin visos de que quiera adaptarse a los tiempos que corren.
Bajo el argumento de que se trata de un legado cultural se bloquea el paso de vehículos en una de las avenidas más transitadas de la ciudad para instalar puestos de venta de productos en general de baja calidad o mercancías que pueden comprarse en cualquier otro lado, salvo excepciones.
Mientras que los eventos religiosos y culturales pueden llevarse a cabo sin mayores contratiempos, la actividad comercial que obstruye el paso parece tener como finalidad que los organizadores obtengan importantes ingresos de los cuales no dan cuentas a nadie, como una especie de botín anual.
Ese dinero pocas veces ha beneficiado a la comunidad sede del festejo, pero debe ser tan importante como para ser la causa de vergonzosos enfrentamientos entre vecinos, mientras decenas de miles de personas soportan el calvario de tener la avenida Emiliano Zapata cerrada.