No estaba considerado en la agenda de los políticos del tamaño que sea, desde un presidente del país que ya se va hasta los que van a gobernar, que más les vale atender lo inmediato que tratar de montarse en la euforia futbolera olímpica. El hito de los jugadores alivia emocionalmente a las multitudes mexicanas, nos emocionó, les damos el valor inmenso que tienen, pero la vida sigue y las perspectivas no son las mejores, aunque cada semana ganemos una medalla de oro en lo que sea. También quedó claro, que ante eventos de esta magnitud, las familias se concentran en sus hogares, reafirmándose como tal y evitando la calle y su regadero de culpables e inocentes aventados en cunetas o camellones, sin vida. La mañana del sábado era la locura, aun viviendo en las montañas llegaban los gritos de alegría, el goooool prolongado y el Mé-xi-co que dejaba eco en los valles de Morelos y, seguro, del país.
Medalla de oro mata política.
¿O habrá un acontecimiento de los hombres públicos, de las llamadas instituciones –muchas de ellas en franca decadencia y por años en crisis—que opaque lo hecho por los futbolistas, el deporte nacional históricamente, aunque dio resultados hasta el 2007 con los juveniles Sub-17 y su campeonato del mundo la repetición el año pasado de otros igualitos a ellos, también monarcas universales? Ese es un rubro que se ha atendido en las autoridades federativas deportivas, una que es por cierto privada como la Federación Mexicana de Futbol, por aquello que el inútil Bernardo de la Garza quiera colgarse mérito alguno.
Una mayoría que los fines de semana se divierten en antros y restaurantes, en sus casas, optaron por ver llegar la luz del sol para presenciar el encuentro. Quizá por ello la noche del sábado estaba casi desolada. Los festejos que no hace mucho eran estridentes con pequeñas victorias, esta vez que hubo una verdaderamente fantástica, tuvieron menor intensidad. Ahora se justificaba la toma de la Plaza de Armas, del Zócalo, de las Cazadoras Buenotas en la avenida Teopanzolco y los sin duda camellones con fuentes que dejó bien hechos la administración municipal. Había que tomar la calle, que es de los morelenses. Los “jardines” como en los pueblos solemos llamar a nuestras plazas, colgar banderas, echar porras, sacar globos y confeti. No hubo un solo ayuntamiento que generara condiciones con previsión. Valía la pena. Retomar un cacho de nuestras pertenencias que el clima de violencia nos ha ido quitando. Triste pero la euforia que denotaba cada rostro de morelenses, se quedó en la anécdota con el primo, el hermano o el amigo: “¡Viste qué bueno es el Oribe Peralta, y qué duro es El Chatón Enríquez!”.
Por ahí nos encontramos a un político lector, que nos hizo un reclamo válido para él, pero que lo compartimos con ustedes, finos lectores y el columnista en lo personal lo escucha, lo respeta pero no lo cree: “Haz dejado de escribir de política y te metes en cosas de deportes o historia; debieras, de plano, dedicarte a esas disciplinas”.
Está bien. Es de los de nuevo cuño, para los que la política nació hace 10 ó 12 años. No sabe que de historia local y de deportes redactamos desde el 79 y si no que revisen las miles de columnas y crónicas en la hemeroteca que quieran. Pero hoy, como nunca, oro y medallas matan política. Además, el del comentario está liquidado por un rato para la actividad que acaba de conocer; deja su cargo en unos meses o semanas, ya está entregando. Ni habar. Es el ciclo.
Trampas Mortales
Está obligado el Sapac, la Secretaría de Auxilio Ciudadano y Obras Públicas de Cuernavaca, a siquiera prender cerillos en la Avenida Palmira. Los trabajos de no sabemos exactamente de qué –y rogamos información—han provocado accidentes que por fortuna no han sido mortales, pero no tardan. Son verdaderas trampas. No hay más que una delgada cinta amarilla que nadie ve porque está anudada. No sabemos si viva por ahí el buen ingeniero Rafael Rubio Quintero, porque lo vimos pasar en su camioneta frente al OXXO, pero más vale que anuncien los cierres pongan alguna patrulla orientadora y eviten lo que parecen graves consecuencias. Ahí está el aviso. Vale la pena que realicen lo necesario para que no sea nota de escándalo rojo.