Soy de la idea que nos privilegie a sus lectores con historias de Morelos, sus ciudades, pueblos y personas. Me gusta, porque me mete en esos escenarios que no tuve el privilegio de vivir. Soy con mi familia de Los Migrantes Defeños luego del terremoto de 1985, nos quedamos prácticamente sin nada: empleo, vivienda, posibilidades. Un hermano me trajo con mi mujer y dos hijos entonces menores. Soy lector de diarios desde chamaco y lo sigo siendo. A usted, le repito, lo leo hace cuando menos 25 años, lo he visto alguna vez en el mercado comiendo en el negocio de su familia y he tenido ganas de acercarme para platicar. Espero tener la oportunidad. Me llena de dudas porque el trato al ex gobernador Bejarano, como que lo saca de sus casillas, me da la impresión que pierde el tiempo reviviendo a un señor que nadie sabemos quién es, no sé ustedes los que han vivido siempre en Morelos. Yo me siento de aquí, mis nietos ya nacieron acá, soy parte de la sociedad como usted lo dice: que todos somos iguales. Quíteme el morbo de lo del señor Bejarano, quizá le interese a sus lectores. Aquí en casa compramos La Unión de Morelos y lo leemos cuando menos cuatro miembros de la familia. Muchas gracias y quedo a sus órdenes para que pueda compartir con usted un café”.
Lo firma don Jorge Ibañez.
No hay duda alguna. Se nota la animadversión personal con el personaje de nombre Armando León Bejarano. En 1979 que un servidor inició su tarea total y absolutamente en este quehacer –antes lo había hecho con interrupciones y desde la casa o el negocio— el gobernador era el doctor Bejarano. Entre otras tareas reporteriles tuvimos que cubrir la fuente que él encabezaba, estábamos en sus eventos en Palacio y acompañamos un buen número de giras. Nunca hubo trato directo, porque la primera ocasión que se dio un acercamiento, en el Hotel Cocoyoc durante alguna de sus tareas, se acercó agresivo y dirigiéndose a los colegas, pero en referencia a un servidor, dijo: “¿Y cómo ven a este chilanguito soberbio y mamón que se cree mucho?”.
Callados todos. Le dijimos que se equivocaba, que nacimos en la calle de Zarco número 13, interior 14, en la colonia El Amate en el barrio de Zarco en Cuernavaca, el 12 de octubre de 1954, que tenía raíces en Morelos desde antes que fuera entidad federativa, que la tatarabuela era doña Juanita Neri, nativa de San Nicolás, Zacatepec, tía del general Felipe Neri, madre del bisabuelo Agustín Lozano Neri, que vio la primera luz en Jojutla y fue coronel del Ejército Libertador del Sur, mismo grado que su madre Juanita, junto con doña Rosa Bobadilla “La Coronela”, ordenadas con ese grado en 1915 por el general Zapata; que doña Carmen Lozano Estudillo, hija de Agustín y Doña Beatriz Estudillo Ingelmo –nacida en Amacuzac— fue de las cocineras de los revolucionarios a partir de 1913 que contaba con 10 años. Ella nació en Tlaquiltenango --en una casita que todavía hace 12 años existía--, madre a su vez de doña Ángela Frikas Lozano, procreadora del que escribe, nacida el 20 de agosto de 1934 en Tlaltizapán, en una casa propiedad de su padre, el agrónomo griego Jorge Frikas Poulos. Esa vivienda, en una Y griega en el centro del municipio, era conocida por los lugareños como “La Y Griego”, por don Jorge, que trajo a Morelos la semilla mejorada del jitomate.
Bejarano ya no escuchó y sólo dijo: “Eres un mamón, cuídate, porque te voy a echar a andar el aparato”. De paso haciéndose el gracioso, comentó a los compañeros: “No se junten con él, les va a pegar malas ideas”. Y rápido se sintió su mano. Era llevadito. En el camión de prensa, llegaba con descuido y tomaba de las nalgas a un reportero y lo empujaba, siendo celebrado por sus empleados y hasta reporteros. O fintaba con un golpe y se ponía a “hacer sombra” para mostrar que sabía boxeo. Nos tocó alguna vez su broma al subir al autobús, lo intuimos y le tomamos la mano: “¡Respétese cabrón, es usted el gobernador!”. Se indignó y algún guardia de tremendos bigotes llegó a retar al que escribe: “Un día de estos te voy a romper tu madre”, aulló. Nos pusimos de inmediato a sus órdenes, y le reiteramos, que sin mucho grito, que no era gente de armas, a pesar de la mala fama y el origen nunca había tenido una en las manos, pero que fácil nos dábamos un entre, con testigos para no abusar.
Ese fue el inicio. Hubo represión directa, tanto laboral como en lo personal y con la familia. Nos servía el hecho que un servidor era corresponsal del diario El Universal, y allá la jefa Rebeca Lizárraga –tremenda mujer, profesional, protectora, amiga, sinaloense y tía del buen amigo Daniel Lizárraga, un reportero de alto rango en las lides nacionales--. Vino el caso de los reportajes con los presos de la penitenciaría de Atlacomulco que provocó muertes y caídas de altos funcionarios. Esto generó un nuevo desencuentro. En aquel precioso hotel Casa de Piedra en Plan de Ayala, hoy Sanborns, tuvimos que estar en un anuncio que daría el Ejecutivo. Nos acomodamos con discreción en un costado. Dejó el asunto del gobierno y se fue encima del reportero:
--¡”Eras un mentiroso, no quieres a nuestro Estado, (te la) has pasado diciendo mentiras y te voy a descubrir! ¡Te vas a acordar de mí!. Lo de la Peni, otra vez por cierto, no tiene nombre. En ningún momento se ha torturado a los seudo periodistas que no son más que vulgares violadores”. Su procurador estaba ahí, Armando Sánchez Rosales, y le ordenó: “Desmiéntelo, si tiene huevos que vaya contigo al penal y pruebe lo que escribe”. Lo aceptamos. Nos fuimos a Acapantzingo con los ya idos colegas José Luis “Negro” Rojas Meraz y Damián Jiménez Cadena,
Le decimos al señor Jorge Ibañez y a nuestros estimados lectores, que aquí vuelve a empezar la historia, aunque distinta, siempre con el gobernador Bejarano y su Pandilla del lado oscuro. Lo tratamos mañana.