En el percance resultaron muertos los jóvenes Diego Samuel Barenque García y Jorge Adrián Powell Guarclione.
Las circunstancias específicas en que ocurrió el acontecimiento se desconocen, pues una nube de misterio protegió al único responsable –involuntario, pero responsable al fin- del doble homicidio. Por razones que sólo ellos conocen, las familias de los jóvenes fallecidos han guardado un absoluto silencio.
El mismo silencio que guardó la Procuraduría de Justicia, institución que evitó incluir el levantamiento de estos dos jóvenes en las tarjetas informativas que diariamente despachaba a los diferentes medios de comunicación.
El mismo silencio que reiteró ante la petición hecha por el entonces corresponsal del Diario Reforma, Héctor González, para conocer el contenido del acta de levantamiento, argumentando que se trataba de información clasificada.
El mismo silencio que guardaron una gran cantidad de medios de comunicación, (y los que manejaron la nota evitaron mencionar los apellidos del presunto responsable o recalcaron que “se descarta que hayan ido en estado de ebriedad o a exceso de velocidad”). La verdad nunca se sabrá porque los documentos donde quedaron asentados estos lamentables hechos están a buen resguardo o quizás ya ni existen.
“Testigos del incidente refirieron que fue a la altura del entronque cuando un vehículo quiso incorporarse al carril en el que circulaba la camioneta de los jóvenes, por lo que el conductor de ésta, al querer esquivarlo, perdió el control de la unidad y después de varias volteretas quedó con las llantas hacia arriba a un costado de la cinta asfáltica”, publicó el Diario de Morelos en su edición del 16 de marzo de 2009.
“De acuerdo con testigos, minutos después del accidente un hombre se presentó en el lugar y, tras identificarse como familiar de Diego “N”, dijo a los rescatistas que los jóvenes habían salido de Cuernavaca y se dirigían a un funeral”, acotó.
Crónica, el diario de circulación nacional, refirió que “los hechos fueron registrados pasadas las 6 de la mañana de ayer (15 de marzo de 2009) en el kilometro 29+600 de la carretera La Pera-Cuautla”.
Agregó que los tres jóvenes viajaban en una camioneta Honda color gris modelo 2003 con placas de circulación PWH 4054 de Morelos, la cual era conducida por el hijo del funcionario de gobierno y ex presidente municipal de Cuernavaca.
“Las autoridades negaron que los jóvenes se hayan derrapado por exceso de velocidad y por el consumo de bebidas embriagantes, una vez que hasta el momento la hipótesis es que el joven Raúl Hernández perdió el control del vehículo”, escribió su corresponsal en Morelos, René Vega Giles.
Fiel a su estilo irreverente, el veterano reportero de nota roja, Francisco Rendón asentó en su nota publicada en “El Regional”:
“Fatídico accidente y volcadura sufrieron la mañana de ayer tres junior’s de funcionarios morelenses, mismos que a bordo de un lujoso auto tipo Honda, regresaban de una parranda y al circular con exceso de velocidad sobre la autopista Cuautla-La Pera, el conductor perdió el control del volante y se volcaron, lamentablemente hubo dos muertos, mientras que el irresponsable chofer está grave y hospitalizado”. La información nunca fue confirmada pero el periódico tampoco recibió nota aclaratoria alguna.
Así las cosas, lo único que se supo por versiones de ex funcionarios, es que el joven Diego Raúl recibió un trato muy diferente al de las personas que tienen la desgracia de sufrir un accidente. Fue atendido de inmediato por los cuerpos de rescate, trasladado a un hospital particular, y aunque jurídicamente estaba en calidad de detenido, nunca fue molestado.
En cuestión de horas el Ministerio Público hizo los trámites necesarios para tramitar su libertad bajo caución, cuyo monto sigue siendo una incógnita, pero que nunca fue cuestionado por los deudos.
Ahí radicó –parafraseando la obra de Oscar Wilde-“la importancia de llamarse Raúl Hernández”.
Pero no era la primera vez que su junior le ocasionaba problemas a José Raúl Hernández (a quien Hugo Calderón bautizó con el apodo de “La Piedra” y así se le quedó).
Corría el mes de agosto del 2003 y la noche transcurría sin novedad en la Policía Metropolitana, cuando una llamada al teléfono de emergencias 080 denunció a unos jóvenes que escandalizaban en la vía pública por el rumbo de Lomas de Cortez. Una patrulla acudió al lugar indicado y encontró que, efectivamente, siete mozalbetes ingerían cerveza marca “Indio” en torno a un vehículo compacto estacionado en la vía pública con el estéreo a todo volumen.
Conforme marca el protocolo, los jovenzuelos fueron puestos contra la pared para iniciar la revisión corporal correspondiente, pero dos de los muchachos se rebelaron. Uno de ellos dijo ser hijo del legislador Xicotencatl Reynoso, otro aseguró ser el hijo del mismísimo presidente municipal, agregando el típico: “no se la van a acabar”.
Incrédulos, los policías les advirtieron que, aun siendo hijos del presidente de la República estaban infringiendo el bando de Policía y Buen Gobierno y debían ser puestos a disposición del Juez Calificador.
Pero no fue así, a través de una llamada telefónica se ordenó a los policías dejar en inmediata libertad a los jovenzuelos, quedando como único testimonio del inusual acontecimiento, la fotografía que uno de los policías alcanzó a tomar (y que obsequió a este columnista), donde se observa a un muchacho moreno con playera amarilla con el número 10 en el pecho, el que se identificó como Raúl Hernández, hijo del alcalde de Cuernavaca en el periodo 2000-2003.
HASTA MAÑANA.