A partir de la mitad del sexenio de Graco Ramírez Morelos tuvo dos gobernadores, o un emperador y su príncipe. Ambos se desplazaban en camionetas Suburban con una docena de escoltas.
Las maletas llenas de dinero procedentes de prácticamente todos los grandes proveedores de gobierno, hicieron que “El Príncipe Rodrigo” creyera que podía comprarlo todo.
Primero comenzó con los diputados. Sin recato, puso millones de pesos en los escritorios de los legisladores de todos los partidos (así lo declaró el ex diputado Jesús Escamilla) a cambio de reformas que le permitieran obtener más dinero.
Préstamos bancarios por miles de millones, concesiones para el alumbrado y la disposición final de la basura a 30 años fueron algunos de los temas donde se manejó el famoso “pago por evento” al que le entraron hasta los panistas.
Luego vino el proyecto más costoso (política y financieramente hablando) del presidente del PRD: su obsesión por destituir del cargo al entonces presidente municipal de Cuernavaca, Cuauhtémoc Blanco Bravo.
Para ello ha tuvo que comprar diputados de todos los partidos, regidores de Cuernavaca y hasta magistrados. A estos últimos, no con dinero, sino con una reforma que les permite permanecer en el cargo 20 años.
Pero bien dicen que el poder enloquece y el caso de Rodrigo Gayosso es el más claro ejemplo. No se conformó con obtener los votos de los diputados en los temas que le interesaban, sino que los manejaba a su antojo como si fueran sus empleados. Hasta los obligó a usar unos chalecos amarillos por lo que a los miembros de la fracción parlamentaria del PRD les llamaban “Los Minions”.
Hay infinidad de anécdotas de Rodrigo y sus arranques de “todopoderoso”.
Alguna vez los diputados tuvieron que cancelar una sesión legislativa porque al presidente del PRD se le ocurrió hacer una conferencia para anunciar una campaña de donación de sangre y obligó a todos los diputados “recién comprados” a que estuvieran presentes.
Con los regidores de Cuernavaca la situación era peor. “Trata mejor a sus sirvientes que a los concejales del Ayuntamiento, es algo realmente patético”, comentó en aquel tiempo un funcionario municipal.
Donde encontró más resistencia fue en el gabinete. Ahí sí varios le dijeron: “Discúlpame Rodrigo pero aquí el que manda es tu papá, no tú”. Obviamente tuvieron que pagar las consecuencias.
En marzo de 2017 ocurrió un episodio patético con un secretario de gabinete. El entonces secretario de la Comisión Estatal del Agua (Ceagua), Juan Carlos Valencia, encabezó la inauguración de un pozo en el poblado de Metepec, municipio de Ocuituco. Fue evidente su molestia cuando vio llegar al hijo del gobernador saludando a todo mundo como si anduviera en campaña o como si se tratara del mandatario estatal, que en ese momento se encontraba de gira en China.
Tuvo que apechugar cuando Rodrigo pasó al frente a cortar el listón junto al alcalde Hugo Bobadilla, quedando en segundo plano el titular de la dependencia que realizo la obra. Dicen testigos que fue tanta la molestia de Valencia Vargas que ya no quiso quedarse a comer. Abordó su camioneta pero Rodrigo le ordenó: “Tú te vienes conmigo”. Y se lo llevó en su camioneta.
“Está desatado. Es como si hubiera dos gobernadores”, confió un integrante del gabinete.
Pero a diferencia del verdadero gobernador, que tiene toda una trayectoria en la política y procuraba guardar las formas, Rodrigo es proclive a los arrebatos y a veces actúa como un adolescente.
Son varias anécdotas que así lo confirman: ha retado a golpes a periodistas y servidores públicos, siempre bajo la mirada expectante de sus escoltas pagados con dinero de nuestros impuestos.
Hay evidencia fotográfica de aquel día, en el Hotel Raquett Club, cuando detectó que el rector de la UAEM, Alejandro Vera, desayunaba con el director de un periódico. Con una sonrisa malévola, se le acercó y les tomó fotografías con su celular. Desde lejos, el secretario particular del rector, Ignacio Marín, también comenzó a tomarle fotos. Rodrigo se acercó a Nacho y lo comenzó a insultar.
Cuando se retiraban, todavía el rector tuvo la decencia de ofrecerle su mano, pero Rodrigo lo ignoró, y cuando le quiso dar una palmada el hijastro de Graco se puso como loco y comenzó a gritar: “¡No me toques, no me toques!”.
Otro episodio:
El día que citó a su segundo informe de labores en Plaza Solidaridad y no llegó la cantidad de gente que esperaba, no se dignó a bajarse de la camioneta. Mandó llamar a los que se suponía iban a coordinar el evento y les puso una regañiza. Luego subió a su camioneta y se fue. Los diputados tuvieron que encabezar un evento “a favor de Gayosso pero sin Gayosso”.
Alguna vez le pregunté a un asesor de los diputados por qué los 21 legisladores que Gayosso tenía comprados le aprobaban todo lo que él pidiera, por improcedente o irracional que pareciera la propuesta.
La respuesta me dejó estupefacto: “Le están viendo la cara a Rodrigo Gayosso. Están abusando de su compulsión por comprarlo todo”.
Y tenía razón. Muchas de las reformas (y pensiones jubilatorias) que aprobaron “los minions” las están echando abajo, pero el dinero que recibieron de Gayosso, ese ya no regresa porque ellos en su momento cumplieron con lo pactado.
HASTA MAÑANA.