Es el “Motel Atlacholoaya”, una de las principales fuentes de ingreso no oficiales del Penal de Atlacholoaya. No confundir con el área de visita íntima del Centro Estatal de Reinserción Social (Cereso) del estado de Morelos.
Le explico:
El artículo 59 de la Ley Nacional de Ejecución Penal habla sobre el régimen de visitas, entre éstas la visita íntima. El protocolo que se aplica a nivel nacional por acuerdo de la Conferencia Nacional de Sistema Penitenciario en su parte sustancial refiere que:
El personal de trabajo social informa a la persona privada de la libertad de su derecho a la visita íntima, y los pasos a seguir para la autorización de la misma.
En ningún caso estará permitido el acompañamiento de menores de edad o adultos en la visita íntima. El personal de Custodia Penitenciaria realiza las actividades del Protocolo de Revisión a Toda Persona que Ingresa al Centro Penitenciario.
Una vez concluida la visita íntima, el personal de Custodia Penitenciaria conduce al visitante a la salida y realiza los trámites de egreso correspondientes, así como a la persona privada de la libertad a su celda o en su caso al área determinada para que continúe sus actividades programadas y registra que se haya llevado a cabo la visita.
Los requisitos, entre otros son:
1.- acreditar su relación con acta de matrimonio o concubinato.
2.- comprobante de domicilio
3.- exámenes de laboratorio para evitar riesgos de contagio por enfermedades venéreas.
Bueno, pues todo eso deja de aplicarse por una cantidad de dinero. En alguna ocasión -cuentan ex custodios- un cartel pagó para hacer una “fiesta privada”, es decir, que un grupo de prostitutas entraran a los cuartos de visita conyugal a dar servicio a quienes tuvieran dinero para pagarlo.
El problema fue que los narcos repartieron dinero al director del Penal, al jefe de seguridad y al jefe de Reclusorios, no así al coordinador general de Reinserción Social que llegó a medianoche a abrir las puertas de los cuartos ante unos enojados “clientes” que exigían la devolución de sus pagos.
El “Motel Atlacholoaya” funciona en base a una premisa simple: de un lado hay hombres que no tienen visita íntima pero cuentan con dinero; del otro lado hay mujeres que tienen una enorme necesidad económica. Simplemente había que juntar el uno con la otra.
En los fines de semana, las internas entran al área de convivencia común. Ahí, se pasean por el jardín en una especie de pasarela disfrazada, al igual que en las clases de danza que se practican en el foro o teatro al aire libre durante la semana.
Los “padrotes” -que son parte del autogobierno- se encargan de ofrecer los servicios a internos recién llegados y que aparentan tener un buen nivel económico.
“Para la visita conyugal de los recién llegados sólo basta que la mujer presente su credencial de elector, no tiene que acreditar la relación matrimonial o concubinato; entonces los padrotes le dicen al interno nuevo: “te van a decir que viene una mujer a visitarte, tú nomás di que sí y no hagas panchos”. Ya sólo se le da una lana al custodio del área de visita íntima, y aunque en la bitácora aparece el nombre de un recién llegado, en realidad el que entró al cuarto es otro. Eso cuesta 250 pesos por dos horas, más aparte lo que cobre la prostituta”, narró un ex convicto.
Sin embargo, todo se va modernizando y la prostitución en Atlacholoaya no es la excepción. Como lo mencionábamos en una columna anterior, el uso del teléfono celular en la cárcel de Atlacholoaya es tan común como cualquier ciudad. Y no son los miniteléfonos que usan los internos de cárceles de la capital del país para extorsionar gente, sino aparatos “smartphone” de los más modernos, con internet.
De esa manera, “los PPL” (denominación oficial de los hombres y mujeres privados de su libertad a partir del nuevo sistema de justicia penal) tienen sus cuentas de Facebook, Instagram y Whatsapp. Ahí muestran sus mejores fotos y reciben invitaciones de amistad que después se transforman en noviazgos, o simplemente relaciones “free”, tanto heterosexuales como homosexuales.
Es a través de estas herramientas tecnológicas que se ponen de acuerdo para los encuentros sexuales en el Motel Atlacholoaya que –multiplicados por cientos- lo convierten en el negocio más redituable para los directivos del Cereso Morelos y sólo ellos saben hasta donde “suben” esos recursos generados por la corrupción.
¿Ahora entiende –estimado lector- por qué no hay cambios en el sistema penitenciario a pesar de tantos muertos y fugados?
HASTA MAÑANA.