Y así lo hicieron: los subieron a una patrulla de la Policía Ministerial y tomaron la autopista del Sol, siempre escoltados por la Policía Federal. Llegaron al Puente de Mezcala, ya en territorio guerrerense, y los arrojaron uno por uno de una altura de más de 150 metros.
Eran los tiempos en que Arturo Beltrán Leyva vivía en Cuernavaca, ahí en la casa de Las Quintas donde hoy son las oficinas del DIF. Desde aquí libraba una batalla contra sus ex socios Joaquín El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada, quienes tenían comprado al secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, aunque otros dicen que los apoyaba el mismísimo presidente de la República, Felipe Calderón.
“El Barbas” tenía compradas todas las corporaciones y atemorizadas a las demás organizaciones que pretendieron competir contra él. Tenía amistad con el entonces jefe de la zona militar, Leopoldo Díaz Pérez, quien lo mantenía al tanto de los operativos.
En esos días, abril del 2009, Beltrán Leyva se enteró de que La Familia Michoacana estaba vendiendo droga en Cuernavaca y su zona conurbada a través de un grupo de jóvenes que se movían en motonetas, encabezados por Pablo Domínguez Montiel, un muchacho de apenas 22 años.
Guillermo Vargas, un ex comandante de la Policía Federal al que Beltrán Leyva puso como coordinador de la Policía Ministerial, recibió una indicación tajante: “El jefe quiere que le demos piso a unos chamacos que se andan pasando de lanza. “Los Zafiros” se van a encargar de ellos, tú aguanta vara”.
“Los zafiros” era un grupo especial que tenía “El Barbas”, conformado por puro policía en activo, tanto ministeriales como preventivos estatales y también de la Policía Federal. A la cabeza estaba Salvador Pintado Vázquez, quien tenía como brazo derecho al comandante Elesvan Alamilla Cabañas.
Los “zafiros” se dividieron el trabajo esa noche del 18 de abril del 2009. Los federales y preventivos se dirigieron a un bar del poblado de Ocotepec donde levantaron a siete jóvenes, entre ellos Luis Daniel Montes de Oca, Guillermo Castañeda Sánchez, Deyanira Sotelo y Paulina Jaramillo.
A Elesvan y un policía ministerial que lo acompañaba les tocó ir por Pablo Domínguez, Daniel Rueda Becerril, Samuel Teroga Rodríguez y José Alfredo Arroyo Juárez, quienes andaban “tirando coca” en el Palenque de la Feria Cuernavaca, en el recinto ferial de Acapantzingo. Los estuvieron buscando entre la gente pero no los ubicaron. Lo que sí encontraron fueron las dos motonetas que utilizaban los narcomenudistas.
Intrépidos, los cuatro muchachos lograron subirse a las motos sin que los policías se dieran cuenta y arrancaron a toda velocidad. Aprovecharon que a esa hora el camino del recinto ferial estaba congestionado porque era la salida del Palenque, y se escabulleron entre los vehículos.
Pasaban de las tres de la madrugada cuando llegaron a la Unidad Morelos de la colonia Flores Magón donde Pablo rentaba un departamento. Entraron las dos motos al estacionamiento pero apenas unos segundos después llegó la camioneta Pick Up color blanca con el logotipo de la Procuraduría de Justicia.
Subieron los cuatro muchachos al departamento 10 del edificio 5 y atrás de ellos los dos policías. Los vecinos escucharon gritos y luego un disparo, por lo que llamaron a la Policía Preventiva.
“No Elesvan, tú no me puedes hacer esto, se supone que somos socios”, decía Pablo.
“Lo siento carnal, tú sabes cómo es este negocio y hay que obedecer órdenes”, le contestaba el policía.
Cuando llegó la patrulla de la Policía Municipal ya estaban los cuatro jóvenes amarrados y acostados boca abajo sobre la batea de la Pick Up blanca.
“¿Qué pasó pareja? Nos hablaron los vecinos reportando que escucharon un balazo en este edificio”, cuestionó el policía uniformado Ricardo Covarrubias.
“Así es pareja. Estos cabrones nos dispararon pero ya los tenemos detenidos y ahorita los vamos a poner a disposición del Ministerio Público junto con la pistola calibre 22 que traían”, contestó Elesvan.
“Perfecto mi comandante, nada más me dice su nombre para mi parte informativo, ya sabe usted cómo es esto”, dijo el policía municipal.
El hombre sacó una credencial y el uniformado anotó: “Elesvan Miguel Alamilla Cabañas, agente de la Policía Ministerial. Patrulla 1112”.
La impunidad era tal que los policías podían actuar con toda libertad al servicio de “La Maña”. Esa noche fueron “levantados” 11 jóvenes en Cuernavaca. A siete los tiraron en una barranca a la orilla de la carretera, llegando a Pilcaya, Guerrero. Los otros cuatro fueron arrojados desde el puente Mezcala, en la Autopista del Sol.
Al otro día Elesvan se presentó a trabajar como si nada pero al mediodía fue llamado a la oficina del coordinador. “Esto ya valió madres. Ya vinieron los padres de los muchachos que levantaron anoche, vas a tener que desaparecer por un tiempo”, le dijo Guillermo Vargas.
Y efectivamente. Ya había valido. La dueña del departamento 10 edificio 5 declaró que meses antes se presentaron dos hombres, uno más joven que el otro, diciendo que eran hermanos y que deseaban rentarlo. Uno era Elesvan Alamilla y el otro Pablo Domínguez.
A los 15 días Guillermo Vargas fue separado del cargo y un año después fue asesinado junto a su hijo en su casa de Cuernavaca. Una narco cartulina decía que Guillermo Vargas junior había matado al hijo de Joan Sebastian y que lo estaban vengando.
A mediados de mayo del 2009 comenzó la cacería de Genaro García Luna contra la gente de Arturo Beltrán Leyva. Detuvieron primero a Salvador Pintado (a quien en 2011 sentenciaron a 9 años de prisión); al secretario de Seguridad Pública estatal, Luis Ángel Cabeza de Vaca y al jefe de la Policía de Cuernavaca (ambos exonerados).
Hasta que finalmente lograron su objetivo: encontrar a Arturo Beltrán Leyva, a quien por órdenes de Genaro García Luna (hoy procesado en EU acusado de servir al cartel de El Chapo Guzmán) masacraron en las Torres Alltitud de Cuernavaca el 16 de diciembre del 2009.