Lo que podía haber sido un ejercicio interesante de democracia participativa terminó totalmente desvirtuado al convertirse en un burdo espectáculo de acarreo y regreso al corporativismo que tanto se le criticó al PRI. Sí, hablamos de la Consulta Pública solicitada e impulsada por el partido en el gobierno, que dividió una vez más a los ciudadanos ayer domingo.
La conmemoración del 103 aniversario luctuoso de Emiliano Zapata pasó a segundo término. Ya no hubo aquella ceremonia que los presidentes de la República encabezaban en la icónica hacienda de Chinameca. Ahora el presidente López Obrador sólo grabó un video en la comodidad de su palacio, frente a un óleo del general y con un discurso en el que advertía que eso lo hacía “antes de ir a votar”. Eso sí, a la boleta le puso “Viva Zapata”.
¿Quiénes votaron ayer en la consulta para la mal llamada “Revocación de Mandato” (pues en realidad se trató de una ratificación de mandato)?
Primeramente acudieron a las urnas aquellas personas que están convencidas de que Andrés Manuel López Obrador es lo más parecido a un Dios. Son aquellos que –como el padre Solalinde- consideran que muchas acciones del hoy presidente son muy similares a las que hizo Jesucristo cuando estuvo en la tierra.
Son los “amlover” o “chairos” (según de quien provenga la definición). A ellos no les importa si el hijo del presidente vive en una casa carísima en Estados Unidos. Descalifican la especie diciendo que “eso es lo que quiere hacer creer la derecha”, lo publicó Loret de Mola, por lo tanto es falso, y si así lo fuera, “el PRI robó más”.
Luego siguen los que votaron por conveniencia. En ese grupo podemos ver a ex priístas, ex perredistas y hasta ex panistas, casi todos incluidos en las nóminas morenistas ya sea en el gobierno federal, estatal o municipal. Son los que aparecen en sus redes sociales mostrando la boleta con una equis en la opción “que siga en la presidencia”.
Y un tercer grupo de votantes es el que conforman aquellos que no son “chairos” ni tampoco son trabajadores del gobierno. Son aquellos que consideran que –aun cuando esta primera vez el proceso está amañado- lo importante es que quede como válido para futuras administraciones. Sería un acicate para los gobiernos corruptos.
La oposición no supo qué hacer. Al principio consideraron hacer un llamado a la gente que votara, pero por la no permanencia en el cargo, sin embargo, se dieron cuenta que resultaría contraproducente, pues aun cuando hay mucha gente que no quiere a López Obrador, jamás le ganarían a sus seguidores.
Es más, para quien esto escribe, resulta muy intrigante saber cuántas personas fueron a votar a sabiendas de que perderían.
Pero insistimos en que se trata de un ejercicio positivo para la democracia. Lo hemos visto en otros países que tienen regímenes parlamentarios, en los que el Poder Ejecutivo siempre está condicionado al desempeño o al menos a una correlación de fuerzas favorable, o bien tratándose de gobiernos presidencialistas como en el caso de Estados Unidos. Donald Trump, George Bush padre o Jimmy Carter solo pudieron gobernar durante cuatro años y los electores los sacaron a los cuatro años.
Lo que vino a descomponer todo fue el obradorismo, al convertir la revocación en una movilización para satisfacer el ego del Presidente. Esa actitud del secretario de Gobernación, de la jefa de gobierno de la CDMX y del líder morenista Mario Delgado, de “hacerse los chistocitos” en su apoyo al presidente, cuando si esto hubiese ocurrido durante el gobierno del PRI o el PAN estarían “desgarrándose las vestiduras”.
El periodista Jorge Zepeda Patterson lo explica muy bien cuando cuestiona:
“¿Cómo conciliar los principios obradoristas con un secretario de Gobernación, Adán Augusto López, que hace mofa de la violación de la ley bajo el criterio de que su delito quedará impune porque los del INE van de salida?, ¿Cómo justificar el uso de aviones militares o la asistencia del jefe de la Guardia Nacional a un acto de Morena, una traición a la consigna, incluso respetada por gobiernos priistas, de evitar que los generales participen en temas partidistas?”.
Y es este mismo comunicador (hasta ahora reconocido por el propio presidente de la República como un excelente analista), el que dice que la verdadera batalla en torno a la Revocación comienza este lunes, un día después de celebrarse.
El hecho es que el ejercicio de Revocación ofrecerá dos cifras, una para cada bando en que se ha polarizado el espectro político y social. Una cifra será el porcentaje que votó por “la ratificación” de AMLO, que bien podría superar un 80 por ciento de los que acudan este domingo; los obradoristas más apasionados afirman que podría llegar a 90 por ciento.
Podemos asumir que la oposición desdeñará estos porcentajes y se concentrará en la otra cifra: el bajo porcentaje de participación. Los sondeos de hace algunas semanas indicaban que la afluencia podría situarse entre nueve y 17 por ciento del universo potencial, es decir escenarios muy distantes del 40 por ciento que exige la ley para que el resultado tenga un efecto legal.
“Pero no es un secreto el enorme esfuerzo que el Gobierno de la 4T hizo para promover la participación popular este domingo. Se afirma, sin poder ser verificado, que el Presidente no aceptará de sus colaboradores un resultado que sea inferior a 20 por ciento de afluencia; algunos de los gobernadores de Morena apuestan a colgarse una medalla superando el 25 por ciento. Tratándose de un ejercicio inédito, imposible saber cuánto hay de cálculos firmes y cuánto de esperanzas peregrinas. Lo sabremos pronto”, escribió Zepeda ayer al mediodía.
Recordemos que los triunfos tienen muchos padres y madres, pero las derrotas son huérfanas.
HASTA MAÑANA.