Y es que el tema de hoy es precisamente los periodistas.
Como introducción diré que hace algunas semanas tuve uno de los encuentros más frustrantes de mi vida, y fue precisamente con un periodista. Habíamos acordado platicar sobre un tema controversial, polémico, con la idea de quien esto escribe de obtener material para una columna.
Pero no, el periodista de la vieja guardia no me autorizó a publicar nada, y me recordó que “perro no come perro”.
No hablaré sobre el tema que abordamos, pero sí, en pleno ejercicio de mi libertad de expresión, diré que no estoy de acuerdo en esa máxima del periodismo cuyo autor se desconoce pero que pareciera establecer una ley que prohíbe a los periodistas hablar sobre periodistas.
“Entre gitanos no se leen las manos”, dice otro refrán que tampoco me gusta porque pareciera un acuerdo entre charlatanes.
Sostengo que no hay razón para omitir de nuestros temarios aquellos aspectos que tengan que ver con el ejercicio de los colegas. No acepto que el columnista o articulista sea incisivo, implacable, inmisericorde con toda persona, ya sea servidor público, líder social o artista, pero nunca con los de su misma profesión.
¿Por qué razón? No encuentro un argumento válido sobre todo cuando a nivel nacional esa comparación de los perros ya ha sido rebasada y hoy el público lector y televidente escucha lo bueno y lo malo que se dice de un periodista y asume la posición que considera conveniente.
Ahí está Carmen Aristegui, a quien otro comunicador, Marco Levario, dedicó todo un libro que no sé realmente en qué cantidad, pero supongo que se debe estar vendiendo en las librerías.
“El periodismo de ficción de Carmen Aristegui”, se llama el libro, el cual no he tenido oportunidad de leer pero ya otro reputado columnista, Carlos Ramírez, se encargó de dar un adelanto en su columna que incluso publicamos en este mismo periódico.
Y precisamente haciendo uso de esa irrestricta libertad de expresión es que afirmo que la admiración que me causó por la forma tan precisa de utilizar las palabras para hacer pedazos a Carlos Salinas de Gortari, es proporcionalmente contraria al sentimiento que hoy me provoca al convertirse en el crítico de todo lo antigobiernista. Y que quede claro que sigo admirando la destreza que tiene Carlos Ramírez para manejar el idioma.
Pues bien, Carlos Ramírez definió a Marco Levario Turcott como un “implacable observador crítico del oficio periodístico”, y a Carmen Aristegui como una “pasionaria del periodismo lopezobradorista”.
Afirma que Aristegui nunca tuvo pruebas del alcoholismo de Felipe Calderón, y que “en lugar de buscar evidencias, Aristegui desató una campaña en su programa radiofónico en MVS, al grado de provocar su cese por violar el código ético. Pero al final la empresa no resistió la presión de seguidores y regresó los micrófonos a la periodista para seguir… violando el código ético”.
Sostiene que la investigación de Levario Turcott está basada en hechos, evidencias y datos verificables para probar que el periodismo de Aristegui es de “ficción”, parcial al grupo político de López Obrador y antisistémico.
“El libro de Levario Turcott, por lo demás, apareció en la coyuntura no prevista de la entrega a Aristegui de un premio de periodismo a la “excelencia” que le otorgó el PEN Club México. Y ahí no hay más que cruzar los argumentos del PEN Club con la investigación minuciosa de Levario Turcott para que cada quien saque sus conclusiones. Porque una cosa es el espacio de complicidades profesionales y otro el de las pruebas sobre estilos de periodismo”.
Otro periodista, Ricardo Ravelo, de Proceso, también escribió sobre el texto de Marco Levario, pero para descalificarlo. Según Ravelo, la obra del director de Etcétera forma parte de un plan orquestado desde Los Pinos para denostar a Aristegui... Y también a Proceso: Ravelo anunció que alguien está entrevistando a exempleados resentidos con la revista para publicar un libro contra la publicación fundada por Julio Scherer.
Cabe recordar que el propio Ravelo fue objeto de un ataque en Televisa al difundir declaraciones de un narcotraficante que vinculaban al periodista con otro grupo delincuencial.
Y sobre Scherer, en este mismo espacio reproducimos un fragmento de una ponencia presentada por el también periodista Marco Lara Klahr aquí en Morelos:
“El atropello empezó en la imagen que están viendo (la portada del libro “Niños en el Crimen” de Julio Scherer) y se ha consumado aquí. Es increíble, es inaceptable que el periodista más prestigiado en México sea un instrumento de las peores fuerzas contrarreformistas del Sistema de Justicia Penal para Adolescentes que tacha a Edgar de una persona de alta peligrosidad, que sostiene que en personas como él no se sabe qué hacer con ellas, lo criminaliza y literalmente el señor Scherer –además mintiendo porque da información que no es verdadera- dice que él es una persona que no tiene remedio, cancelándole su derecho al olvido social, que es un derecho que en México no nos pasa por ningún lado”.
Guardando las proporciones, la declaración de Marco Lara equivale a un “sacrilegio” en términos religiosos. Pero lo hizo porque la Constitución en ninguna parte dice que la libertad de expresión termina cuando se va a hablar de periodistas.
Obviamente, Marco Lara tendrá que apechugar si alguien más critica sus libros o sus columnas.
Otra falacia que resulta también obsoleta es decir que la prensa es “el cuarto poder”. Quizás en alguna época lo fue y muchos compañeros de la vieja guardia se vieron beneficiados por ello, pero hoy el verdadero cuarto poder es la sociedad a través de las redes sociales.
Hoy hemos visto cómo un reclamo social que inunda las redes sociales obliga a los propios medios de comunicación a difundirlo y a las autoridades a hacer caso, incluso más que cuando solamente es la prensa la que lo publica.
Ya en alguna ocasión expuse que el caso del niño indígena que fue humillado por un inspector municipal de Oaxaca es un claro ejemplo de lo anterior. Actos de ese tipo y peores se dan todos los días en todo México, pero si no es videograbado y subido al Internet no existe.
¿Son las redes sociales un contrapeso para los medios de comunicación? Considero que sí. Siempre he sostenido que el fenómeno de las redes sociales es un arma de doble filo. Lo mismo te hace que te deshace, y el que participa en el “linchamiento” de una persona, debe estar consciente de que un día puede estar ocupando su lugar, y tendrá que aguantarse.
Mucha gente se pregunta ¿por qué Joaquín López Dóriga aguanta tantos insultos que le llegan a su cuenta de “twitter”? Por una sencilla razón: aun cuando sean insultos, los tuits demuestran que tiene más de tres millones de seguidores que se enteran al momento de lo que tuitea.
Otros periodistas que diariamente son cuestionados por el contenido de sus columnas lo que hacen es “retuitear” todo lo que escriban sobre ellos, bueno o malo. Los que los insultan piensan que los hacen enojar, pero el mensaje que los comunicadores mandan es: “no les gusta lo que escribo, pero me leen”.
El último caso sonado donde “la perrada” (copyright del comunicador Arturo Ortiz) se fue duro contra un periodista fue hace unos días en Puebla. Y es que el director del periódico Cambio, Arturo Rueda “Nigromante”, apareció en una fotografía acompañando a la megapolémica conductora de TV, Laura Bozzo, en el interior de la camioneta de ésta, durante la cobertura del sonado caso de la joven Karla López Albert, recientemente asesinada.
“De @laurabozzo todo se puede esperar, pero en donde queda el intelecto y doctorado de @Nigromanterueda que tanto presume??”, “Que se puede esperar de los amos del morbo y el mal gusto?”, fueron algunos de los mensajes que escribió la gente.
Mario Alberto Mejía, director de la revista Sexenio y ex compañero del aludido, no se la perdonó.
“Lo lamentable es que en este circo mediático se haya columpiado con tan similares argumentos el periodista Arturo Rueda, quien no ha dejado de elogiar a Laura Bozzo y de demeritar a Carmen Aristegui.
¿Dónde quedó la Maestría en Periodismo que Rueda cursó en el CIDE?
¿Esto es lo que aprendió con profesionales como Ricardo Raphael y Guillermo Osorno?”, publicó en “La Quinta Columna”.
Y seguramente Arturo Rueda contestará, ya sea por sí mismo o por interpósita persona.
Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que los comunicadores también estamos expuestos a la crítica. Si vivimos de los lectores, radioescuchas y televidentes, lo justo es que ellos tengan el derecho de opinar sobre nuestro trabajo. De preferencia, con respeto.
Y de la misma manera, poder criticar a los demás medios de comunicación cuando creemos tener los argumentos para hacerlo como lo ha hecho este servidor en diversas ocasiones.
Habrá quien diga que este tipo de periodismo sin restricción alguna es intrascendente para la sociedad.
Puede ser. Pero es mejor que salgan los trapos sucios de cada quien, que seguir gozando de ese “fuero mediático” que nosotros mismos nos otorgamos.
HASTA MAÑANA