Con frecuencia se trata de discursos que no corresponden a la realidad, pero sí, algunos de ellos, pronunciados con gran elocuencia, o bien, con repetidos contenidos expuestos con la serenidad de quien no tiene ningún empacho en mentir. Todo con la pretensión de convencernos o hacernos creer una realidad inexistente en el momento, pero siempre envuelta en promesa de un mejor futuro. Ejemplos los tenemos en uno y otro sentido, con elocuencia o serenidad, en los casos que nos impusieron a escuchar a través de los medios de comunicación, como el presidente José López Portillo, elocuente sin duda, con gran manejo del lenguaje; o bien, Carlos Salinas de Gortari, sereno, con un tono de voz y un timbre no tan agradable, pero con la capacidad repetitiva de generar una ilusión de bienestar en la población, se volvió hasta agradable, para muchos. Ahora, por cierto, ya tenemos varios sexenios que no nos provocan en materia masiva esa sensación. Ni han sido elocuentes, ni han transmitido serenidad, desde Ernesto Zedillo hasta el actual presidente. Pero en fin, eso no importa, los resultados no cambian para el verdadero bienestar de la gran mayoría de la población. Bien lo dijo Ernesto “El Che” Guevara, en su discurso ante la Organización de las Naciones Unidas, en la XIX Asamblea, el 11 de diciembre de 1964, cuando les dice: “Quisiéramos ver desperezarse a esta Asamblea y marchar hacia adelante, que las comisiones comenzaran su trabajo y que éste no se detuviera en la primera confrontación. El imperialismo quiere convertir esta reunión en un vano torneo oratorio, en vez de resolver los graves problemas del mundo”. Efectivamente, así sucede, excelentes oradores, pero ahora tenemos más pobres (más de tres mil millones en el mundo, según el Banco Mundial), más muertes (en nuestro país, más de 60 mil por violencia, en lo que va del sexenio), más excluidos (cientos de miles de jóvenes no pueden acceder a la educación superior) y más concentración de la riqueza (sólo trescientos grupos concentran la riqueza mundial, según FORBES). Como también me comenta mi amigo Leopoldo Ferreiro, a propósito de un comentario que hizo a mi anterior colaboración, La piel dura 25: “En especial, el asunto de la "evaluación" (en la educación superior), ha sido un mecanismo político para condicionar el financiamiento de las instituciones (universitarias) que, en otros periodos, eran financiadas sin cuestionamientos, específicamente en el periodo de la posguerra, como consecuencia de la resistencia de los pueblos a seguir sometiéndose a condiciones de explotación inicua…”. Sin lugar a dudas, tal situación se ha impuesto en nuestro país. Hay que recordar que en materia de cobertura, somos uno de los países que tiene un gran rezago. Sólo 3 de cada 10 jóvenes pueden estudiar en una universidad, incluyendo las privadas. El tránsito hacia la privatización de la educación, según estos datos, desmiente aquellos discursos de la defensa de la educación pública, sobretodo en América Latina. Vemos cómo en nuestro país ha avanzado la educación privada, lamentablemente aquella que no tiene la más mínima garantía de calidad, cuyas universidades ni siquiera son obligadas por la SEP, porque está impedida a hacerlo, a que tengan evaluaciones por organismos externos a las mismas. En cambio, a las universidades públicas, sobre todo a las autónomas, se les mantiene a raya en su crecimiento de la cobertura, condicionando su financiamiento, presentando un crecimiento verdaderamente lento en comparación con las privadas, de poca calidad. El estado de Morelos es un ejemplo. En los últimos 15 años, proliferaron las universidades privadas hasta alcanzar alrededor de 90 en la entidad, mientras que la UAEM crecía en cobertura sólo a un ritmo de 200 alumnos adicionales por año. ¡Hasta la próxima! Twitter: @Bilbao_piel dura e_mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.