Antes de la existencia de la República, la Monarquía concentraba los tres poderes en una persona, el Rey o Emperador.
Esta concentración de poderes mostró grandes fallas, por las injusticias que derivan de quien es juez y parte al mismo tiempo.
La idea de dividir los poderes en el Estado moderno tiene como objetivo que no existan excesos, que no haya grandes concentraciones de poder, ya que las concentraciones del poder en una o pocas manos trae consigo en algún momento, excesos, abusos, impunidad.
La solución en contra de la súper concentración del poder público la da Montesquieu, mediante la división de poderes.
Esta división implica autonomía de cada poder, no subordinación de un poder respecto de otro, de tal manera que nadie pueda tener la certeza de que pueda hacer o no hacer en contra de las determinaciones que marca la ley y quedar impune.
Si revisamos esa ya conocida fórmula que determina que la Corrupción es igual a Opacidad + Discrecionalidad, resulta que una mayor injerencia de un poder sobre otro le otorga una discrecionalidad que ha de desembocar en algún momento en corrupción.
La división de poderes es una solución histórica, que permite la existencia de pesos y contrapesos. No es extraño que la justicia quede simbolizada por una balanza, que es un instrumento que usa pesos y contrapesos.
El poder factual sin respaldo normativo es una expresión de la ley del más fuerte, de la ley de la selva, de la incivilidad, de un mundo que debe ser superado. Los factores reales de poder son esos que existen incluso a pesar de existir contra la legalidad.
La violación al principio de división de poderes es un acto en extremo grave, y lo es porque quien cuida el cumplimiento de la ley es el primero que debe cumplir la ley.
La comprensión de la importancia de la división de poderes implica conocer el pasado, la historia, y las consecuencias inadecuadas de la concentración del poder en una o algunas personas.