Los vaivenes experimentados los fortalecieron y consiguieron salir adelante, sin quedarse recargados o paralizados en el enorme muro de las lamentaciones y la mediocridad. Pero los políticos recurren al adagio para aparentar fortaleza, no debido a las vicisitudes cotidianas, sino frente a la grilla y la carencia de escrúpulos en una actividad bastante reprobada por la sociedad. Asimismo, el cinismo también los lleva a opinar así. Desde luego, hay honrosas excepciones entre quienes, estoicamente, aprendieron a soportar el golpeteo, las traiciones y hasta las extorsiones.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1884-1900) hizo referencia al tema en su excelente libro “El crepúsculo de los ídolos” o “El ocaso”, escrito entre 1888 y 1889. Empleó tal cual el enunciado: “Lo que no me mata, me fortalece”, dentro del capítulo titulado “De la escuela bélica de la vida”.
La carrera en pos de la gubernatura, según apreciamos, se adelantó. Estamos cerrando el presente año con un proceso de renovación partidista intenso, muy a la manera del instituto político involucrado: el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Cualquier promesa de respeto y decoro hacia la elección de nuevos dirigentes estatales quedó olvidada, lo cual se exacerbó en una de las tres fórmulas contendientes: la de Maricela Sánchez Cortés y Julio Espín Navarrete. Su mecánica proselitista se caracteriza por la denostación, no en contra de Jaime Sánchez Vélez, el rival más débil, sino hacia Amado Orihuela Trejo, quien es el aspirante a vencer. El líder de la Unión Local de Productores de Caña de la zona sur, hasta ayer, no había caído en el juego mediático de Maricela Sánchez; y me parece que así continuará hasta los comicios del domingo próximo. ¿Quién ha demostrado más fortaleza? Saquen ustedes sus propias conclusiones, amables lectores.
Se supone que los políticos “profesionales” están más aptos para cumplir el dicho de que “si no me mata, me fortalece”. Esos políticos forman generalmente un estrato o una fracción de la clase política, o bien constituyen una de las élites que se dividen y disputan el poder y la influencia en el campo de la política. En algunos casos, los políticos de profesión se identifican en todo o en parte con la clase dominante, o con una de las clases dominantes, o con la clase dirigente. Uno de los políticos más fuertes que ha tenido Morelos fue Lauro Ortega Martínez, gobernador de 1982 a 1988, quien decía: “Para meterse a la política hay que tener resistencia. Esta actividad no tiene espacio para débiles”. Sin embargo, también llegó a decir que “la simulación es igual a la corrupción”, aludiendo a políticos o servidores públicos defraudadores del pueblo.
Actualmente varios políticos morelenses son objeto de fuertes presiones (e inclusive extorsiones), ante lo cual antepusieron la filosofía de Friedrich Nietzsche a las embestidas sistemáticas. A juzgar por las apariencias, todos los aludidos pusieron en práctica algo muy simple: trabajar teniendo como premisa el cumplimiento de la Ley de Responsabilidades de los Servidores Públicos, a fin de que nadie, a corto, mediano y largo plazo, les abra un juicio por omisiones. Además, la crítica los hizo inmunes pues, como ya lo indiqué varias veces, “lo que no mata, fortalece”. Aquí encuadra la estructuración de la agenda pública.
Para entender lo anterior es necesario que me refiera a Robert Cobb y Charles Elder, expertos en el diseño de políticas públicas. En su libro “La dinámica de la estructuración de la agenda” (Editorial Noema, México, 1986, pp. 115-129), distinguen cuatro tipos de público: los “grupos de identificación” (directamente afectados por el problema e involucrados en la cuestión), los “grupos de atención” (por muchas razones interesados específicamente en el problema), el “público atento” (sectores de población a los que interesa estar informados de los sucesos políticos y suelen estar atentos a los asuntos de su comunidad), y el “público en general” (la población menos interesada e informada, pero que presta atención al problema cuando es notorio y se formula emocionalmente).
Es aquí donde debemos preguntar: ¿Quién está marcando la agenda de determinados personajes? ¿La sociedad? ¿Ellos mismos? ¿Sus detractores? Solamente los directamente involucrados conocen la respuesta, pero de algo estoy seguro: al “público en general” no le importa el ataque sistemático, pues identifica con certeza a los principales actores, varios de ellos en suma desprestigiados. En fin. Voy a repasar a Nietzsche.