Cualquier semejanza con la conducta de muchos jovencitos a quienes conocemos no es coincidencia, sino parte de una realidad que se agravó durante las dos décadas pasadas sin las medidas preventivas adecuadas. El fenómeno creció hasta niveles insospechados dentro de un caldo de cultivo fomentado y aprovechado por bandas delincuenciales.
El índice de delincuencia entre los hombres es elevado desde edad temprana. Empiezan a los ocho años, pero delinquen con mayor frecuencia entre los 16 y 17. La problemática afecta tanto a hombres, como a mujeres.
Bajo una rigurosa interpretación psicológica, algunos científicos sociales encuadran la problemática dentro del trastorno de personalidad antisocial. Dicho “síndrome” es una condición caracterizada por el desprecio permanente a favor, y la violación de los derechos de los demás, que comienza en la niñez o la adolescencia temprana y continúa hasta la edad adulta. El engaño y la manipulación son características centrales de este trastorno.
Para este diagnóstico que ha de darse, el individuo debe tener al menos 18 años, y haber manifestado algunos síntomas de trastorno de conducta (la delincuencia) antes de los 15 años. Este trastorno sólo se diagnostica cuando los comportamientos son persistentes, paralizantes o generan condiciones emocionales de vergüenza.
Todo lo antes dicho me sirve como preámbulo para tratar de ubicar en su exacta dimensión parte de la problemática que representa Edgar “N”, mejor conocido como “El Ponchis”, a quien en breve deberá dictarse sentencia (probablemente condenatoria) para permanecer recluido en un centro especializado. Se supone que los recursos del estado deberán conducir hacia su reinserción social, lo cual estará por verse después de tres años, tiempo de su condena. No obstante haber admitido -por lo menos- el asesinato de cuatro seres humanos, “El Ponchis” no puede ser tratado como un delincuente adulto. Su condición es especial. Empero, a continuación transcribiré siete criterios que sirven para diagnosticar el trastorno de personalidad antisocial (padecido a todas luces por Edgar), y posteriormente una porción del perfil psicológico del adolescente procesado. Ustedes sacarán sus conclusiones respecto a si se trata de una víctima o un victimario.
Los signos de esos siete criterios aparecen desde edades tempranas, y son los siguientes: 1) Si no se ajustan las normas sociales con respecto de las conductas legales, según lo indicado por la realización de actos que son motivo de detención; 2) Deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para beneficio personal o por placer; 3) Impulsividad o incapacidad para planificar el futuro; 4) Irritabilidad y agresividad, según lo indicado por peleas físicas repetidas o agresiones; 5) Temerario desprecio por la seguridad de sí mismo y la de otros; 6) Irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de honor las obligaciones financieras; y 7) La falta de remordimiento, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otro.
Dado que estas conductas antisociales son comúnmente observadas en los niños y adolescentes, la enfermedad sólo se diagnostica si tales conductas antisociales persisten en la edad adulta (es decir, si la edad es de 18 años o más). El diagnóstico de la personalidad antisocial exige que no existan pruebas de la delincuencia (trastorno de la conducta) de inicio antes de los 15 años. ¿Se convierten en sociópatas estos jovencitos? La respuesta es afirmativa en la mayoría de casos.
El perfil psicológico de Edgar concuerda con los criterios señalados: el sujeto evaluado no habla, ni entiende en absoluto órdenes simples en el idioma inglés; los datos del historial de vida son manejados de acuerdo a la conveniencia del momento y de la persona que se evalúa; persisten conductas manipuladoras y seductoras, que bien pueden (y de hecho lo hacen) incidir en la toma de decisiones al personal susceptible (sin que medie ninguna perspectiva machista, esto es especialmente notorio en personal femenino); existen conductas de simulación de emociones las cuales refiere de manera racional sin tener un correspondiente emotivo propio; la situación en que se encuentra le ha colocado en una posición de liderazgo delincuencial; no se aprecia clínicamente ninguna señal de arrepentimiento, ni de autocritica por lo realizado; y se conservan las conductas impulsivas fuera de un control normativo social y que solo se "administran" de acuerdo a las situaciones y circunstancias. Prácticamente se confirma la existencia de un cuadro psicopático infanto-juvenil.