Escribió Zwaig: “Aquí comienza la verdadera actividad de Fouché. Desde la madrugada hasta la noche se arrastra de un diputado a otro, murmurando sobre las nuevas listas de conscripción misteriosas que prepara Robespierre, y a cada uno le susurra: ‘Tú estás en la lista’, o ‘tú irás con la carga siguiente’. Y efectivamente, así se propaga poco a poco, subterráneamente, un miedo tremendo”. Todos tiemblan, agrega el biógrafo, temiendo el ataque; ninguno se siente lo bastante puro para responder plenamente a las exigencias demasiado severas que Robespierre pide a la virtud ciudadana.
“La mañana del 8 de Termidor, en la Convención reina, desde muy temprano, una actividad extraña; en los rincones se juntan los diputados y murmuran. El misterio y la expectación fluyen incorpóreos por el espacio; de manera inexplicable se ha divulgado el rumor de que hoy ha de ajustar Robespierre cuentas con sus enemigos…Una vez abierta la sesión, Robespierre hace uso de la palabra”.
Zwaig plasma que el “incorruptible” habla largo tiempo, extensamente, fatigosamente. Y según su antigua costumbre, deja gravitar el hacha siempre sobre los innominados, habla de conspiraciones y conjuraciones, de indignos y de criminales, de traidores y maquinaciones, pero no pronuncia ningún nombre. Le basta con hipnotizar a la asamblea. Y cuando, por fin, termina, la asamblea está más enervada que asustada.
“En ese momento suena repentinamente una voz, la de un diputado insignificante, que grita: ‘Et Fouché’ (‘Y Fouché’). Se ha pronunciado el nombre del señalado como jefe de la conspiración, como traidor a la revolución. Ahora podría, ahora debiera dar el golpe Robespierre, pero, cosa extraña, elude la respuesta y dice: ‘No quiero hoy ocuparme de él, obedezco solamente a la voz de mi conciencia’”.
Zwaig analiza entonces los escenarios posibles que rodearon aquella evasiva posición asumida por Robespierre y que al día siguiente lo envió a la guillotina. Todo se le revirtió. Los adversarios del tirano, de diferente posición partidaria y entrada la madrugada del 9 de Termidor, llegaron al acuerdo de aniquilar al enemigo común. Fouché podía entonces descansar.
Todo lo anterior me sirve como preámbulo para comentar lo siguiente.
Si hay alguien que hizo trastabillar a las estructuras públicas morelenses, desde el 6 de abril en adelante, indudablemente fue el poeta y escritor Javier Sicilia quien, tras lo ocurrido el pasado 28 de marzo en alguna parte de nuestra entidad (cuando su hijo Juan Francisco, cuatro jovencitos más y dos adultos fueron cobardemente asesinados), no tiene nada que perder. Al contrario: su trascendencia histórica apenas empieza y culminará en algún punto. Y no le importa morir en el intento. Este día será crucial al respecto.
Sicilia no asistió durante dos días al “plantón” iniciado -el mismo 6 de abril- por él a un costado del Palacio de Gobierno, en Cuernavaca, debido a que estuvo absorto en preparar la nueva posición que dará a conocer hoy en el centro cuernavaquense. Ayer, junto con sus apoyadores, debió colocar varias placas en el piso y los pilares del Palacio de Gobierno conteniendo los nombres de quienes murieron el 28 de marzo, amén de que ahí mismo también sería situado un contador electrónico de las muertes violentas en Morelos.
Todo tiene una fuerte connotación simbólica frente a la comunidad nacional e internacional: alguien, desde Cuernavaca (México), desafió al sistema político mexicano en aras de aclarar el asesinato de su hijo, pero también para propiciar un viraje en la política de seguridad pública implantada por el gobierno federal desde 2007, a todas luces fallida.
“¿Quién o quiénes siguen?”, ha sido la reiterada pregunta de Sicilia. Y como respuesta hemos visto medidas que, según sus planificadores, buscarían rivalizar con la nueva definición del poeta. Sicilia se revelará hoy ante el mundo. Lo que haya preparado deberá trascender fronteras. Solo con un impacto estructural podrá sostener su lucha.
Haber fijado una fecha fatal al poder público morelense en la búsqueda de quienes asesinaron a Juan Francisco y seis personas más no fue casual. Para nada. Yo lo interpretaría dentro de la “teoría del juego”, mediante la cual “podemos comprender las acciones racionales y no racionales de individuos y conglomerados, los incentivos tejidos alrededor de los grupos de presión para concretar sus intereses, y la forma de entender determinadas estrategias seguidas por políticos y burócratas en el trazado de las decisiones y las políticas públicas”.
“Por eso es que la referencia a teoría de juegos no debe llamar a confusiones: nos referimos a cualquier situación social que involucra a dos o más actores -llamados así jugadores- en donde subyacen intereses interconectados o interdependientes. Por supuesto que las interacciones generan diferentes posibles resultados los cuales pueden ser óptimos o subóptimos, de beneficio común o de pérdidas comunes, todo ello alimentado por la necesidad de los jugadores en alcanzar sus propias metas” (“La teoría de los juegos y su relevancia en el análisis político”, por el maestro Allan Abarca Rodríguez, investigador de tiempo completo en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Costa Rica).
Esperemos, pues, los acontecimientos de hoy y luego comentaremos cómo va el juego. El juego del poder y la reivindicación.