La marcha por la paz que se dirige al Distrito Federal y es encabezada por el poeta Javier Sicilia puso en tela de juicio a las más importantes instituciones mexicanas. Asimismo, generó virulentas reacciones del presidente Felipe Calderón Hinojosa, a quien ya se le hizo bolas el engrudo. Ni duda cabe: el gobierno federal está empantanado en la “guerra contra el narco” iniciada a finales de 2006, misma que después cambió de denominación a “lucha contra el crimen organizado”.
Uno de los principales problemas enfrentados por la estrategia calderonista es la dificultad para medirla frente a la victoria. ¿Cuál debe ser la victoria y cuándo debe alcanzarse? Lo perceptible es al contrario: las células criminales se reacomodan a diario en diferentes regiones del país (incluido Morelos), mientras la cantidad de muertos no desciende. Y del “narco”, las bandas pasaron a cometer otros delitos de alto impacto, como lo experimenta la sociedad de Matamoros, Tamaulipas. Anteayer, de plano, nadie llevó a cabo sus actividades económicas. Nadie salió de casa y se suspendieron las clases. Hay quienes, a partir de la sociedad, se preguntan sobre la causa esgrimida por Javier Sicilia y el por qué se colocó al frente de una manifestación como la que recorre la autopista Cuernavaca-DF. En resumen: el 28 de marzo, alrededor de las 6:30 horas, fue localizado un automóvil Honda Civic frente al fraccionamiento “Las Brisas”, dentro de la jurisdicción de Temixco. En el interior del vehículo, a su vez, fueron encontrados siete cadáveres con huellas de haber sido torturados y asfixiados. Conforme transcurrieron las siguientes horas se sabría que se trataba de cinco jóvenes y dos adultos. Entre los primeros se detectó a un muchacho apellidado Sicilia. Por la tarde el horrendo homicidio era de sobra conocido, mientras el joven Sicilia fue identificado como Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta, escritor y periodista Javier Sicilia Zardaín. Quien esto escribe, en la mesa de redacción de Grupo Estereo Mundo, advirtió: “Se va a armar y en grande. Todo puede ocurrir con este asesinato”. Creo que no me equivoqué. Al comienzo de esta historia Javier Sicilia exigía castigo para los autores intelectuales y materiales del homicidio; pero después, inmerso en el dolor, encontró una causa: promover la paz a nivel nacional. Alguien tenía que hacer algo. Desde luego, el poeta recibió el inmediato apoyo de la comunidad intelectual y artística dentro y fuera de México, así como la de otros sectores sociales que observan aterrorizados la guerra calderonista y el hecho de que no se dirige a ninguna victoria. Aquí quería llegar, amables lectores. Cuando trascendió la declaratoria de guerra en diciembre de 2006 en voz de Felipe Calderón, supimos que iba encaminada a exterminar al “narco” y se sustentaba en cuatro principales objetivos: 1. Fortalecer las instituciones de seguridad. 2. Disminuir, detener o evitar el consumo de drogas. 3. Desarticular a las organizaciones criminales. Y 4. Recuperar los espacios públicos. En apariencia, todos parecen vinculados entre sí, de modo que lograr algunos contribuye a alcanzar los otros. No hubo, ni hay tal. Según Eduardo Guerrero Gutiérrez, investigador de El Colegio de México y del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades de la UNAM, los cuatro objetivos tienen horizontes temporales distintos. “El fortalecimiento institucional y la disminución del consumo de drogas son esfuerzos de largo aliento, que tardan uno o dos lustros en arrojar resultados. Desarticular cárteles y recuperar espacios públicos, en cambio, son objetivos que pueden cumplirse en uno o dos años, pero no son duraderos si persiste la anomia (atrofia) institucional, es decir, si no se cumple primero el objetivo de largo plazo de fortalecer las instituciones de seguridad y justicia”. Guerrero agrega que “la política de desarticulación de cárteles (tal como lo concibe y ejecuta el gobierno mexicano) ha tenido tres efectos indeseados: genera o exacerba los ciclos de violencia, multiplica el número de organizaciones criminales y extiende la presencia de éstas en nuevas zonas del país”. Agrega: “La desarticulación basada en el descabezamiento de liderazgos, no sólo impide la recuperación de espacios públicos buscada, sino que propicia la invasión de nuevos espacios por las organizaciones criminales”. Según el investigador de El Colegio de México “el gobierno federal ha avanzado, sin duda, en su amplia agenda de fortalecimiento institucional. Ha invertido mucho dinero en crear una policía federal más profesional y mejor equipada. Ha mejorado la infraestructura tecnológica y administrativa para elevar las capacidades de inteligencia de las agencias. Ha planteado ambiciosas reformas legislativas en las áreas de seguridad pública y justicia penal. Pero estos trabajos de reforma institucional no han tenido, ni podrían tener, una incidencia directa e inmediata en lograr el resto de los objetivos de la estrategia. Ya se ha dicho: las reformas institucionales tardan lustros, incluso décadas, en madurar y arrojar resultados tangibles”. Esta, señoras y señores, es la peor parte de la estrategia, cuestionada por la marcha que se dirige hacia la capital mexicana. El gobierno ha avanzado también en el objetivo de desarticular las bandas criminales. Los capos fueron detenidos o aniquilados después de “meses de trabajo” de inteligencia, pero esas acciones generaron nuevas olas de violencia que no han cesado. Juan Francisco y sus acompañantes fueron víctimas en esa espiral.