“Nada como la búsqueda y la obtención del poder, sin comparación el más grande estimulante, cual droga que motiva al hombre a adoptar conductas inverosímiles”, añade en su novela “El resplandor del poder”, editada en 2007 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), donde el autor plasma una crónica sobre la clase política mexicana y la transición del poder público en Veracruz.
Por su parte el maestro y director de teatro Raúl Quintanilla ha expresado que “México tiene lo que merece: políticos de tercera, sin educación; una Cámara de Diputados llena de vagos, totalmente incoherente; y partidos debilitados en su estructura”. “Para ninguno México es lo importante; lo más relevante (para ellos mismos) es el manejo del poder. Oler el poder. Pero esta condición, cuando un individuo no sabe cómo administrarla, lo destruye”. Hasta aquí las citas.
Estas reflexiones me sirven como preámbulo para subrayar que el tiempo y las circunstancias son premisas fundamentales en la actividad política. Ni duda cabe. En alguna ocasión escuché decir al ingeniero y abogado Marcos Manuel Suárez Ruiz, uno de los más grandes ideólogos que ha tenido Morelos: “Yo mido mi vida en trienios y sexenios”. Desde luego, aquí se trata de alguien que transpira política, un hombre forjado en la cuestión pública a partir del gobierno de Emilio Riva Palacio Morales, gobernador de Morelos durante el sexenio 1964-1970, y varias veces precandidato del PRI a la gubernatura.
El individuo que se afana en las labores de la política sabe, debería saber, que el poder tiene un precio, para algunos dolorosamente elevado (aunque no es la generalidad); se requiere entregar el ser mismo, lo más íntimo y, sin metáfora, lo más valioso: la dignidad. Muchos mexicanos jamás olvidaremos las recientes movilizaciones sociales, cuya esencia fue esa precisamente: recuperar la dignidad.
La reforma al artículo 58 de la Constitución Política local, que permite el advenimiento a la gubernatura de cualquier ciudadano mexicano nacido fuera de nuestra entidad (acatando los requisitos de residencia) y cuya edad sea superior a los 30 años (cumplidos antes del día de la elección), aumentó la ebullición dentro de los partidos y agitación en la arena pública, cuyos principales protagonistas son quienes buscarán, en las elecciones presidenciales y locales del 2012, algún cargo de representación popular.
Y en tal contexto hay quienes se atrevieron a cerrar la pinza, para el caso de los aspirantes a la titularidad del Poder Ejecutivo, en tres personajes: el alcalde de Cuernavaca, Manuel Martínez Garrigós (PRI); el senador Graco Ramírez Garrido Abreu (PRD), y el también senador Adrián Rivera Pérez (PAN). Sin embargo, yo no estoy de acuerdo con esta única posibilidad, pues existen otros hombres y mujeres capaces de contender por el mismo puesto. Empero, debo hacer hincapié en que Martínez Garrigós tiene un hándicap que lo distingue frente a Graco y Adrián: la percepción positiva que de él tienen extensos núcleos sociales fuera de la capital, su juventud y el hecho de que todavía no es rebasado por los vicios y mañas que caracterizan al perredista y el panista.
A continuación varios antecedentes que confirman los escenarios circunstanciales de la política local. En 1970 el más fuerte precandidato del PRI a la gubernatura era el senador Diódoro Rivera Uribe. No se le hizo y en su lugar llegó un medio hermano suyo: el alcalde de Cuernavaca, Felipe Rivera Crespo. En 1976 el precandidato natural era el diputado federal Marcos Manuel Suárez, pero no prosperó y “el centro” escogió a Armando León Bejarano, apoyado por el Grupo Atlacomulco del Estado de México. En 1982, ni Marcos ni Antonio Riva Palacio (los aspirantes más consistentes) la hicieron. El favorito de José López Portillo fue Lauro Ortega que, cabe subrayar, ha sido el mejor gobernador de Morelos. En 1988 no llegó Jorge Carrillo Olea, quien estuvo a punto de ser candidato gracias a Miguel de la Madrid, pero pudo más la presión de Raúl Salinas Lozano; y Riva Palacio, al fin, cristalizó su viejo anhelo. En 1994, Juan Salgado Brito no cuajó debido a la imposición de Carrillo Olea, quien fue defenestrado en 1998 por las causas de sobra conocidas. Juan tampoco fue gobernador sustituto en 1998 y en cambio llegó Jorge Morales Barud. En 2000, JSB no alcanzó su más grande objetivo, pues la alternancia en el poder colocó al panista Sergio Estrada Cajigal en la gubernatura. La anterior fue una total circunstancia, que en otra ocasión analizaré. Y en 2006 el panista Marco Adame Castillo, cuya actividad política apenas había iniciado en 1997, desplazó a una pléyade de grupos priístas y perredistas; las circunstancias no favorecieron a la tendencia de Graco, en el PRD, ni al candidato del sol azteca, Fernando Martínez Cué; ni la victoria fue para la priísta Maricela Sánchez Cortés, hoy inmersa en la ignominia debido a las mentadas circunstancias. Los futuros escenarios, cambiantes en una sociedad dinámica, se caracterizarán por las variables impredecibles. Luego le seguimos.