El personaje principal está enamorado de doña Jacinta y, a fin de ganársela, inventa toda una red de mentiras que dan sentido a la historia. Al final, Don García reconoce sus errores y recibe un merecido castigo por sus embustes. A continuación transcribiré algunos pasajes, importantes para nuestro tema de hoy, que tienen estrecha relación con la mitomanía, practicada hoy en día hasta el exceso por algunos políticos, politicastros, politiqueros y politiquillos morelenses.
Dice el letrado con referencia al mentiroso Don García: “No trato de las pasiones propias de la mocedad, porque, en ésas, con la edad se mudan las condiciones. Pero una falta nomás es la que le he conocido, que, por más que le he reñido, no se ha enmendado jamás”. Y, curioso, le pregunta el viejo Beltrán: “¿Cosa que a su calidad será dañosa en Madrid?”. “Puede ser”, añade el letrado. “¿Cuál es? Decid”, vuelve a inquirir Don Beltrán.
Y viene entonces la parte medular de la obra cuando el letrado contesta: “No decir siempre verdad”. Don Beltrán: “¡Jesús! Qué cosa tan fea en hombre de obligación”. Letrado: “Yo pienso que, o condición, o mala costumbre sea. Con la mucha autoridad que con él tenéis, señor, junto con que ya es mayor su cordura con la edad, ese vicio perderá (….) En Salamanca, señor, son mozos, gastan humor, sigue cada cual su gusto; hacen donaire del vicio, gala de la travesura, grandeza de la locura; hace, al fin, la edad su oficio. Más en la corte, mejor su enmienda esperar podemos, donde tan válidas vemos las escuelas del honor”.
Don Beltrán: “Casi me mueve a reír ver cuán ignorante está de la corte. Luego acá, ¿no hay quien le enseñe a mentir? En la corte, aunque haya sido un extremo Don García, hay quien le dé cada día mil mentiras de partido. Y si aquí miente el que está en un puesto levantado, en cosa en que al engañado la hacienda u honor la va, ¿no es mayor inconveniente quien por espejo está puesto al reino? Dejemos esto, que me voy a maldiciente. Ya no hay remedio, perdona”. Y de aquí nos vamos casi al final (3105). Le dice Don Beltrán a Don García: “Y da la mano a Lucrecia, que también es buena moza”. Don García: “La mano doy, pues es fuerza”. Tristán: “Y aquí verás cuán dañosa es la mentira; y ya verá el senado que, en la boca del que mentir acostumbra, es la verdad sospechosa”.
No hay duda: Juan Ruiz de Alarcón (Taxco, México, 1580 o 1581- Madrid, 4 de agosto de 1639) expuso en “La Verdad Sospechosa” un modelo de la mitomanía como patología. La tendencia del mitómano, pues, lleva a desfigurar, engrandecer la realidad de lo que dice, distorsionar la propia idea que tiene de sí mismo, etcétera. Llega realmente a creerse sus historias y establece una gran distancia entre la imagen que su mente supone y la imagen real. Muchos famosos han padecido esta dicotomía.
Existe otra espléndida obra que nos ayuda a entender el origen cultural de los mitómanos. Se trata del libro “Profecías y Mitos en la Historia de México”, del historiador inglés David A. Brading (Fondo de Cultura Económica, 2004). Dicho personaje, entre otras cosas, ha sido director del Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Cambridge. La premisa del libro es que en México la historia está mezclada con el mito. Su argumento de fondo es que, desde los mexicas hasta los historiadores contemporáneos de la Revolución, los mexicanos utilizamos la historia como un arsenal de mitos que son argumentos políticos. El denominador común de esos mitos, dice Brading, es el nacionalismo, “pasión de la que hasta el día de hoy se vale el régimen autoritario (‘la dictadura de la burocracia’) para subordinar otros valores y para mediatizar a los intelectuales”. Su conclusión es un repudio del sistema y de su naturaleza denigrante.
La obra comienza recordándonos que la historia de los mexicas estuvo íntimamente ligada al mito de Anáhuac, cuya águila profética, coronada con la tiara del imperio, decora la portada. La introducción alude luego a la turbación inicial de los mexicas ante el Cortés que vieron como un Quetzalcóatl emergido de sus ritos y al uso hábil que éste hizo de esa confusión. ¿Algún parecido de lo anterior con la conducta de algunos “famosos” morelenses? Sigamos y veamos.
Las elecciones del domingo pasado en el Estado de México, entre otras experiencias, dejaron algunas aprovechables en la vida pública morelense. Por ejemplo, hoy sabemos que el diputado federal Francisco Moreno Merino sostuvo hasta la saciedad, durante la campaña y en territorio del Edomex, que “forma parte del Grupo Atlacomulco”. Asimismo, ha dicho que para proyectar su imagen como prospecto a la gubernatura de Morelos (en grandes espectaculares) tiene la aprobación de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, el todavía gobernador mexiquense no ha dado línea a nadie, aunque, a estas alturas del partido, conoce ya la esencia y realidad de todos. Luego analizaré tres condiciones que deberá tener “el bueno”, según EPN: rentabilidad electoral, capacidad de unificación y propuesta.