Esos politicastros soslayan que desde hace casi doce años Acción Nacional gobierna México y Morelos, pero el saldo general confirma la pérdida del impulso modernizador que movió al país por muchos años. El sistema político que tuvo vigencia durante siete décadas se agotó con la alternancia en la Presidencia de la República y el Poder Ejecutivo morelense. La consecuencia inmediata debió ser la construcción de uno nuevo, acorde a las demandas y las necesidades de una sociedad que había cambiado profundamente. Pero esto no sucedió.
Las administraciones panistas se limitaron a administrar las formas y relaciones del descalificado pasado priista, sin percatarse que el corporativismo que les daba sustento y sentido había desaparecido. Felipe Calderón llegó deslegitimado después del controvertido resultado de las elecciones de 2006; y su mandato ha estado marcado por la crisis económica, la inseguridad, la pobreza y la caída del nivel de vida de la mayoría y, lo más grave, por el desánimo y la incertidumbre que embargan a amplios sectores de la sociedad.
De rebote, el mismo escenario prevalece en Morelos, donde Marco Adame Castillo ha enfrentado el descontrol de la violencia, la dispersión prematura de todas las fuerzas políticas y sociales, y el creciente futurismo en torno a su relevo. La institución presidencial está debilitada y en proceso de desmantelamiento. El Presidente siempre está a la defensiva. Sus propuestas no acaban de cuajar ni siquiera en el ámbito del Ejecutivo Federal. Su partido retrocedió considerablemente en las elecciones de julio de 2009 y ni qué decir de las elecciones gubernamentales en 2010 y 2011. No es casual, pues, que algunos grupos priistas avizoren su triunfo electoral en 2012.
Empero, tal parece que ninguno de los principales exponentes del PRI se ha colocado en un escenario triunfador; y nadie está preparando las bases para el futuro, que se antoja distinto. Enfrascados en pugnas internas, los priistas se toparán con el siguiente dilema: seguir debilitando la institución presidencial y la jefatura del Poder Ejecutivo estatal, o fortalecer sus funciones. De por sí, respecto del caso morelense, en julio de 2000 (a escasos días de su triunfo) el panista Sergio Estrada Cajigal fue objeto de 35 importantes reformas a la Constitución Política Local, promovidas por Juan Salgado Brito y Víctor Saucedo Perdomo, que lo acotaron allá y entonces y limitarían a su relevo en la siguiente administración. Aquellos cambios siguen vigentes hasta hoy, con riesgo de cerrar los márgenes de maniobra a un gobernante priista.
El triunfo tricolor de 2009 se enmarcó en la alternancia del poder, a todas luces determinada por los electores. En situaciones como esta no hay derrotas ni victorias eternas, sino simplemente una lucha social, a través de los partidos políticos, para renovar las estructuras de poder. A una parte de la sociedad mexicana ya no le convenció el sistema panista y optó por el PRI, organización que durante el actual trienio no ha demostrado estar a favor de la gente. Esta es la imagen que proyecta con su mediocre paso por la legislatura federal y local. Arrasó el domingo 5 de julio de 2009 y quizás gane la elección presidencial de 2012, pero estará siempre expuesto a nuevos escenarios de oposición y presiones.
Antes de continuar recordaré parte de la columna escrita el 7 de julio de 2009 a propósito de las elecciones intermedias. Ahí plasmé la evidente falta de cohesión social en México a lo largo de su historia: “Hace cien años decía Porfirio Díaz: la razón por la que le va mejor a Estados Unidos es que una vez que alguien gana la presidencia, el pueblo y los políticos se le unen para trabajar por la nación. En cambio en México, en cuanto alguien toma el poder, todos, enemigos y antiguos amigos, se ponen en su contra. Eso fue hace cien años y pudo haber sido dicho ayer. Nos atacamos entre todos cuando deberíamos unirnos porque es una costumbre histórica heredada de generación en generación. Cuando México firmó su acta de independencia, el 27 de septiembre de 1821, en nuestro primer día como nación libre comenzaron los golpes. Unos querían un imperio, otros una monarquía. Otros más se decantaban por la república, pero unos la querían federal y otros pugnaban por una centralista. Eso nos hizo pelearnos todo el siglo XIX”.
Después analicé más facetas históricas de México, caracterizadas por luchas fratricidas. “El proyecto de Guerrero era quitar a Victoria; el de Bustamante quitar a Guerrero; el de Santa Anna quitar al que estuviera; el de Juárez fue quitar a Santa Anna y el de Díaz derrumbar a Juárez. Madero tuvo un proyecto: quitar a Díaz; Obregón quitar a Carranza y Calles quitar a Obregón. El proyecto de Fox era quitar al PRI. El proyecto de López Obrador y el PRI es quitar a Calderón”. Hoy agregaría: “El proyecto de Manlio Fabio Beltrones es quitar a Peña Nieto y éste quiere quitar a Calderón”. Tocante a la condición de la clase política del PRI-Morelos, diría: “El proyecto de Maricela Sánchez y Guillermo del Valle es sobajar a Amado Orihuela en el Congreso y eliminarlo al frente del comité estatal”. Pero también dicen, junto con Jorge Arizmendi: “Nuestro proyecto es agredir también a Manuel Martínez Garrigós, hoy aliados con un diputado federal y algunos funcionarios municipales que representan al enemigo en casa” (¿entre ellos Víctor Saucedo?). Los beneficiarios de esta disputa son los de enfrente: Alguien se carcajea en Palacio de Gobierno y otros también en el Senado. En fin.