En los mismos comicios, Marco Adame Castillo, candidato gubernamental del Partido Acción Nacional, consiguió 208 mil 682 votos, contra 188 mil 509 de Fernando Martínez Cué, candidato de la Coalición por el Bien de Todos (al igual que López Obrador), y 143 mil 420 de Maricela Sánchez Cortés, candidata de la Alianza por México (integrada por el PRI y el PVEM). Es decir: 331 mil 929 ciudadanos, de los 602 mil 924 que emitieron su voto aquel día, enviaron el siguiente mensaje: “No más PAN”.
Hasta hoy, nadie dice nada con respecto al triunfo de López Obrador en Morelos, ni se recuerda la derrota padecida por Calderón, pero el actual diputado local Fernando Martínez Cué, miembro del grupo parlamentario del Partido Revolucionario Institucional en el Congreso morelense, sí recuerda lo ocurrido y afirma que fue víctima de un fraude electoral. Lo mismo pudieran seguir repitiendo quienes fueron panegiristas del mencionado político tabasqueño, quien hasta hace poco se proclamaba como el “presidente legítimo” de todos los mexicanos.
Antes de seguir con el asunto centrándolo en el contexto de la calidad del electorado, debo hacer una pregunta: ¿Qué es el voto en cascada? Dentro de la incipiente democracia mexicana y frente a la posibilidad de emitir un voto reflexionado (no emocional ni contaminado por el corporativismo o el acarreo), dícese que los electores conocen con mayor precisión por quién están votando para jefe de un gobierno. En los sistemas presidenciales, las coaliciones electorales, o sea las que se forman con anterioridad a las elecciones, permiten tener más claridad sobre las opciones para votar.
Sin embargo, en México, donde tenemos una visión distorsionada por el sistema presidencialista de partido único, con una oposición y personalidades opositoras débiles, los ciudadanos llegan a tener dificultades para clarificar las propuestas y definir la personalidad y rentabilidad de los actores políticos. Las opciones se amplían para el elector, en virtud de que puede votar a favor del candidato presidencial de un partido y por diputados federales o senadores de partidos diversos, o por el candidato gubernamental de su preferencia, cuando se trate de elecciones concurrentes, como fue el caso de Morelos en 2006. Así, los ciudadanos tienen la opción de evitar que todo el poder quede en manos de un solo partido.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Si bien es cierto que un porcentaje minoritario del electorado tiene ese comportamiento, también es una realidad que en México la polarización causada por la elección simultánea de presidente de la República, el gobernador de un estado, alcaldes y un número indeterminado de congresistas federales y locales hace que la mayoría de electores tienda a votar en cascada por los candidatos de un mismo partido.
En lo personal, siempre me he preguntado si los morelenses emitieron en 2006 un voto razonado y diferenciado o lo hicieron en cascada. Y me he inclinado por lo segundo. Me sigue costando trabajo admitir que alguien votara por López Obrador para presidente de la República y no a favor de Martínez Cué hacia la gubernatura, cuando en las boletas de votación estaban bastante bien definidos los logotipos y colores de partidos en la Coalición por el Bien de Todos, mismos que contrastaban sobremanera con el azul panista. Es cuando me viene a la mente la posibilidad de que el Partido Nueva Alianza (Panal), mediante una gran operación ejecutada por agentes magisteriales enviados allá y entonces por la maestra Elba Esther Gordillo Morales, sempiterna líder del SNTE, haya inclinado el fiel de la balanza hacia determinada dirección. Y mientras más trascienden los acuerdos pactados por la controversial fémina y Felipe Calderón Hinojosa en 2006, más inferimos que la participación del PANAL en la contienda concurrente de Morelos no fue fortuita, sino estratégica.
Así las cosas nos corresponde reflexionar en torno al nuevo escenario preelectoral, rumbo a 2012. Anteriormente he expresado que “los grandes no se pelean, sino que se ponen de acuerdo”. Elba Esther Gordillo fue capaz de establecer (en 2006) pactos secretos con Felipe Calderón, cuya influencia abarcó a Morelos. Pero una vez concluida aquella perniciosa relación no debería resultar extraño para nadie en nuestra entidad que, en breve, la maestra sea reincorporada abiertamente a las acciones proselitistas del Partido Revolucionario Institucional y a las más importantes decisiones alrededor de cualquier número de candidatos a cargos de elección popular, incluido desde luego el abanderado priista a la gubernatura morelense, lo cual es bien visto por Enrique Peña Nieto, Humberto Moreira y una pléyade de políticos mexicanos beneficiados por la misma red de complicidades. Hoy las encuestas ubican a determinados personajes tricolores con determinados rangos en la preferencia social, pero las componendas cupulares podrían generar un viraje, altamente sorpresivo. Y hay quienes, desde Morelos, se mueven a sus anchas en los vericuetos de las principales élites. Así que, bienvenida la profesora Gordillo Morales y sus 64 casas, departamentos y oficinas que están a su nombre y el de familiares suyos.