Y reseñó varios conflictos agrarios latentes a nivel nacional, así como determinados movimientos reivindicatorios en muchísimas comunidades rurales cuya principal característica era la agudización, teniendo a la cabeza a maestros asignados fuera de las concentraciones urbanas y lejos del corporativismo practicado por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Aquella charla ocurrió en abril de 2005, pero me parece que las reflexiones de Echeverría Zuno tienen completa aplicación al día de hoy.
Así las cosas, y con relación a la recurrente inseguridad pública local, quise aplicar la recomendación del doctor Echeverría sobre la creciente proliferación de trabajadores del volante (allá y entonces), con y sin itinerario fijo, dedicados al narcomenudeo. Para el diario “Unomásuno Morelos”, el 13 de abril de 2005 escribí lo siguiente: “Dentro de la victimología, el trabajo puede ser un factor importante. Hay ocupaciones plenamente riesgosas y como ejemplos típicos pueden citarse las siguientes: policías, repartidores de mercancía, cajeros de banco, cobradores, algunas profesiones ilegales (prostitución, apostadores, etcétera) y los taxistas. Sin embargo, muchos de estos últimos se han pasado al lado de los malos. Su ámbito laboral, por lo tanto, se convirtió en una zona criminógena”.
Efectivamente. Antes de redactar aquel artículo y de la aprehensión de Raúl Cortés Galindo (alias “El Mico”), ex director operativo de la Policía Ministerial de Morelos en la “Era Montiel” y protector de varias “tienditas” dedicadas al narcomenudeo, era un secreto a voces la participación de un número indeterminado de taxistas en actividades ilegales, mismas que pueden ir desde el simple incremento tarifario sin autorización oficial, hasta la violación y el narcotráfico, pasando por el robo a casas-habitación. Al disponer de un enorme escenario para desempeñar sus funciones (las calles), ¿quién sospecharía de que un taxista pudiese estar participando en un acto criminal? Sume usted la falta de regulación a los choferes por parte de la Dirección General del Transporte, donde existe una deficiente base de datos al respecto, y sacará como conclusión que este sector transporteril es un espléndido caldo de cultivo para la gestación de delincuentes.
Agregué aquel 13 de abril de 2005: “Si bien es cierto que las incipientes acciones implementadas por la Agencia Federal de Investigación (AFI) en las principales localidades morelenses para combatir la venta de estupefaciente al menudeo, han traído como consecuencia la detención de células dedicadas al narcomenudeo, también es verdad que los respectivos distribuidores están prefiriendo el empleo de taxis para comercializar su mercancía. El uso de vehículos del servicio público de pasajeros sin itinerario fijo como medio para hacer llegar drogas a los consumidores se ha extendido cada vez más, a tal grado de que el creciente número de trabajadores del volante en posesión de enervantes está preocupando a propios y extraños. No obstante, la sociedad todavía no percibe una adecuada política pública para frenar el problema, ni la coordinación entre las corporaciones estatales y municipales de seguridad pública y la Dirección General del Transporte a fin de crear por primera vez un depurado padrón de permisionarios y trabajadores del volante. Este relativo nuevo método para la comercialización de marihuana o cocaína resulta difícil de detectar pues, debido a las características de su oficio, los taxistas circulan a lo largo y ancho de Cuernavaca y otras ciudades importantes de su zona conurbada, sin ser detectados cuando realizan las transacciones”. Etcétera.
Los especialistas en criminología aducen que la cercanía con una zona criminógena produce una zona victimógena. La primera es aquella donde se producen los sujetos antisociales; ahí es donde aprenden, se reúnen y se refugian. La segunda es donde ejercen y que, por la abundancia de bienes, la escasa vigilancia y hasta la oscuridad, se dan las condiciones propicias para la victimización. Así se tornó el gremio taxista, aunque existen sus honrosas excepciones.
Tal escenario, muy probablemente, condujo a una agrupación de taxistas adheridos al Nuevo Grupo Sindical (NGS) y a la diputada local del Partido Convergencia, Jessica Ortega de la Cruz, a promover la circulación de un servicio especial denominado “Taxi Rosa”, mismo que a partir del pasado fin de semana está en circulación y a cargo de mujeres, a fin de darle a las usuarias y compañeras de género mayor garantía de seguridad y confianza. A esto, señoras y señores, hemos tenido que llegar los ciudadanos: la intensa búsqueda de un sistema de autoprotección y prevención del delito ante el evidente estado fallido en los tres niveles de gobierno para combatir a la delincuencia organizada y, sobre todo, a la común, misma que mantiene su avance implacable provocando una delicada percepción de inseguridad pública.
Ojalá y el programa del “Taxi Rosa” no vaya a ser olvidado y arrojado a la abultada montaña de buenos deseos pues, según me fue informado mediante un comunicado de la mencionada diputada, las mujeres conductoras pretenden (¿será un condicionamiento?) acceder a créditos para ser propietarias de sus unidades, amén de que solicitaron facilidades hacia la consecución de licencias de manejo tipo chofer. En fin. Se les concede el beneficio de la duda.