Lo vivimos en Tepoztlán con el Club de Golf en la administración Carrillo Olea, los operadores de la Secretaría General de Gobierno “armaron” todo ahí en sus oficinas, llamaban expertos, discutían con pasión y salían satisfechos a enterar a su jefe, que todo estaba listo, que en tanto tiempo arrancaban. Nunca fueron a Tepoztlán.
Fue un tema que rebasó fronteras, a grado tal que un diplomático amigo, cónsul en Hong Kong en esos días, nos lo hizo saber por teléfono, inquieto por la información que llegaba hasta allá. Dijeron no los tepoztecos y ahí, justo ahí, le marcaron la estatura al gobernador Carrillo, que meses después tuvo que abandonar la función pidiendo una forzada y obligada, desde Los Pinos, licencia. El proyecto del Club de Golf en los planos era sensacional incluso lo avalaba un gran golfista de todos los tiempos, no recordamos si Arnold Palmer o alguno otro.
En Huexca, municipio de Yecapixtla, han iniciado trabajos de una planta de proporciones mayúsculas que vinculan a Morelos con Puebla y Tlaxcala. En el papel, la Comisión Federal de Electricidad, le hace el favor a los huexcanenses y anuncia, vía su vocero eterno al que siempre mandan a la guerra sin fusil, Raúl Gómez Cárdenas, la pérdida de “un proyecto de muchos millones de pesos”. El asunto es que si a los lugareños no han explicado detalles de lo que harán, en el resto de la entidad, menos enterados estamos. Son decisiones tecnocráticas que afectan la vida social y terminan en graves conflictos políticos que alcanzan hasta las vías penales y terminan en cárcel inocentes que defienden lo único que tienen: su tierra, su origen y su identidad.
Lo ilustra alguna frase que lanzó un vecino de Huexca: “¿Cómo hablan de una termoeléctrica si lo que aquí no tenemos es agua?”.
Ha quedado claro que en Morelos todavía se presentan resistencias de los habitantes a proyectos que buscan entrar a la fuerza. Tal vez sean obras necesarias para el desarrollo, pero los técnicos no saben cómo explicarlas, no convencen a la sociedad y nunca se logran. Se han cometido abusos en casos como mineras o de la misma CFE en otros sitios, pero ya es complicado en estos días imponer voluntad cuando se carece del sustento social y, obviamente, de herramientas de convencimiento. Así que lo de Huexca, ha sido un buen plan que, casi un hecho, así quedará, o cuando menos eso daba a entender el buen Raúl Gómez Cárdenas con su enésima salida al ruedo desde su modesta posición de vocero. Pobre, le echan puros toros grandes y con trapío, y los hacedores de las grandes ideas, comiendo en el Champs Elisses de la Ciudad de México o contando las fajas de lana de los contratistas, porque vaya que en esa paraestatal le “rete hallan” a esa práctica.
No es fácil que la gente del poder lo entienda, tienen que experimentar en cabeza propia para medio interpretar lo que es el sentir social y el sentido de pertenencia e identidad. Lo vivió Lauro Ortega en Tepoztlán con aquel famoso teleférico, del que hoy tenemos datos adicionales sobre su origen. Resulta que fue un proyecto en los tiempos del nefastísimo y en su momento fugitivo de la justicia, Armando León Bejarano Valadez –1976-1982--, que se arregló con una empresa canadiense. Fue pagado por adelantado y hasta había una pena de no realizarse. Imagínense si Bejarano iba a convencer a los paisanos de Tepoztlán. Nunca. Hubo amagos pero mejor corrió, no importándole la pérdida de decena de millones de pesos. Con ello se encontró Lauro Ortega, buscó a la empresa canadiense, los contactó, aplicó su estilo, los apretó, y los hizo venir.
Tuvo que haber una recuperación del dinero pero para tenerlo todo de regreso, había que hacer el teleférico. Don Lauro buscó la generación de condiciones para tal propósito e inició un coqueteo político con gente representativa del mítico municipio. El hábil político creyó que el terreno estaba listo y convocó a una reunión de las llamadas de fortalecimiento municipal y allá llegó cargado de necesidades: pipas de agua nuevecitas, bombas eléctricas, dinero para hacer calles empedradas, electrificación de colonias. Llevaba el “bonche” Ortega. El asunto era que la gente se llenara de regocijo y les anunciara que harían el teleférico, incluso había entre la multitud uno que otro “en el entendido”. Los presentes recibieron todo lo que les dieron sin inmutarse, sin aplaudir, al modelo de raza pura que son los tepoztecos.
Cuando vino lo del teleférico que llevaría sin problemas al turismo desde el centro hasta el mágico cerro, empezaron los jitomatazos, piedras y los gritos. Nunca dijeron que regresaban lo que les habían llevado, era por supuesto parte de las obligaciones del Gobierno. Lauro Ortega aguantó estoico, aparentando tranquilidad aunque molesto en su adentro, y ordenó la retirada. “¡Vámonos, todos, de regreso, ya!”. Comenzó a caminar hacia el autobús oficial en medio de gritos y una que otra ofensa casi en el rostro. No chistó. Aguantó vara.
Se encaminó a la parte trasera donde tenía una especie de sala de juntas y llamó a unos cuantos, menos de los que cabían. No faltó el que tachara de ingratos a los tepoztecos, o el que se manejara que cuánta ignorancia tenía “esa gente”. Alguno más mencionó la falta de respeto “hacia el señor gobernador”. Ortega sólo los miraba con su característica mirada entre profunda y pendenciera cuando no estaba a gusto. “¡Ya! ¡Cállense, no digan pendejadas!”. Silencio absoluto. Sorbió una botellita de agua, y soltó lo que debía y allá el que lo entendiera:
“Miren ustedes, en Morelos existen dos señoríos, son Tepoztlán y Xoxocotla, y cuando su gente dice no, es que no, así que vámonos”.
Y en Huexca, a pesar de muchos millones que hablan, han dicho no.