Algo que me llamó la atención fue la difícil perspectiva de la juventud mexicana hacia el futuro. El ejercicio prospectivo de Castañeda y Aguilar Camín no deja lugar a dudas: actualmente existe un terrible reclutamiento de jóvenes por parte de bandas delincuenciales, debido a la falta de oportunidades para las nuevas generaciones. Miles de adolescentes están siendo absorbidos bajo la justificación del dinero fácil, aunque su vida productiva se circunscribe simplemente a dos años. Vaya fatalidad.
Sin embargo, lo anterior se veía venir desde que las instituciones mexicanas empezaron a subestimar el rol de la juventud a nivel nacional y a reducir, respecto del dinero destinado por el gobierno federal a la educación, el presupuesto a las universidades mexicanas. Es así como nuestros más encumbrados líderes no tienen planteamientos concretos sobre cómo resolver la problemática de la educación superior a nivel nacional y que, en el caso concreto de Morelos, ha significado el rechazo de miles y miles de jóvenes preparatorianos que aspiraban a ingresar a una carrera profesional en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Si alguien pudiera informarme dónde se encuentran los aproximadamente nueve mil rechazados, se lo voy a agradecer sobremanera.
En 2009 la UAEM aplicó 9 mil 454 exámenes a igual número de jóvenes que emanaron de entre 14 mil 896 solicitantes. La primera cifra, sin embargo, se redujo a alrededor de 3 mil 350, que fueron los espacios disponibles en las unidades académicas de la institución, o sea los campus Oriente y Sur, la sede regional de la Cuenca de Mazatepec, las preparatorias 1 y 2, la Facultad de Medicina, la Escuela de Enfermería y el Campus Chamilpa. Este año las cantidades casi fueron idénticas, con igual número de jóvenes no admitidos.
De siempre, el rector de la UAEM, Fernando Bilbao Marcos, ha considerado como “muy grave” la cifra de jóvenes rechazados, pues un 70 por ciento de ellos no pisa las aulas universitarias debido a la crisis y a su insuficiencia económica para pagar colegiaturas en planteles privados, a pesar de los programas de vinculación y becas conseguidos por la UAEM con la Asociación de Instituciones Privadas de Educación Superior del Estado. La inmensa mayoría de aspirantes a una carrera profesional no tiene dinero para costear las colegiaturas reducidas entre el 50 y 70 por ciento.
El escenario confirma lo expresado por Castañeda y Aguilar Camín: los jóvenes que carecen de opciones para ingresar a la educación superior se están convirtiendo en un caldo de cultivo, susceptible de ser alcanzado por los grandes vicios estructurales de este país, incluyendo, desde luego, al crimen organizado. Asimismo, no tenemos la más remota idea sobre lo que ha sucedido con miles de egresados del sistema de educación media-superior o preparatoria, que no obtuvieron espacios en años anteriores, ni en la UAEM, ni en el sector privado.
La tragedia de México es que, ante la crisis, las universidades públicas no han sido vistas como ámbitos de oportunidad para distintos procesos, entre otros, cerrar la brecha en investigación y desarrollo que tenemos con relación a nuestros principales socios estratégicos. El Sistema Nacional de Universidades está para ponerse a llorar. El problema de los miles de jóvenes que son rechazados en el proceso de los nuevos exámenes de admisión revela una tragedia silenciosa, que se vincula a todos los niveles de la educación pública.
Lamentablemente, nuestros políticos son unos verdaderos ignorantes respecto a la urgencia de revalorar el papel de la educación pública como un sistema de inclusión social, donde puedan convivir los más favorecidos con quienes tienen más carencias, y todos tengan la oportunidad de acceder a una educación oportuna y de calidad, sustentada en profundas nociones de derechos humanos, democracia y una cultura para la paz. La partidocracia mexicana está más interesada en conservar sus cotos de poder. Es un mundo separado del resto de la sociedad nacional.