“¡Que vivas tiempos interesantes!”, fue una oblicua maldición que se atribuye a diplomáticos chinos de inicios del siglo pasado [1]. Esto aplica a la prometida Cuarta Transformación –que ahora parece comenzar en serio.
El pequeño profeta que vive oculto en mis intestinos escribió en noviembre pasado [2]: “Entre los nuevos funcionarios electos, muchos han accedido por sus credenciales como opositores políticos, no necesariamente por experiencia profesional en los sectores que ahora dirigen, o por su apertura a escuchar opiniones de cuerpos colegiados más conocedores de su campo. (…) Aunque no sea por mala fe, pueden ser inoperantes”. Y así parece ser en Conacyt.
Es evidente que la senadora que propuso la nueva Ley de Humanidades, Ciencia y Tecnología [3] está poco enterada de al menos dos de los tres temas: la ciencia y la tecnología. Tal vez sus campos de experiencia –la política y la administración– no las requieren. Por ello me propongo resumir aquí, algo de lo que he observado y platicado con colegas sobre las organizaciones que la comunidad científica se ha dado para llevar a cabo sus actividades. Esta estructura no se inventó por decreto sino fue producto de evolución durante el último par de siglos, conforme el acervo de conocimientos crecía, consolidándose en su congruencia y amplitud, y en su importancia práctica y social en muy diversos países.
No sabemos a dónde nos llevará este desarrollo, porque es la primera vez en la historia que andamos este camino. No se trata de planear la próxima cosecha con base en las cosechas de años anteriores; estamos ante un espacio abierto donde trabajamos con cada vez mejores medios de comunicación y colecta de datos, y de conocimientos cada vez más íntimos sobre el cosmos, la materia y la luz.
El mecanismo idóneo para la incorporación de conocimientos nuevos ha sido mediante validación por pares, previa a su publicación abierta en revistas científicas. Las universidades, además de la docencia que siempre ofrecieron, han creado institutos de investigación con un escalafón móvil de reconocimiento basado en reportes anuales. Los científicos se han agrupado libremente en academias y sociedades para defender sus intereses académicos y gremiales. En México, nuestra comunidad ha adoptado estas formas de organización paulatinamente a partir del siglo pasado, como lo han hecho todos los países de medio y alto desarrollo, cada uno con sus peculiaridades nacionales e históricas. El manejo masivo de datos bibliográficos, por ejemplo, permite conocer qué tanto los resultados de un grupo de investigadores impacta el trabajo de otros mediante el conteo de citas que en la literatura refieren a los primeros.
La génesis de la mayor parte de los desarrollos, por ejemplo de la radio y las telecomunicaciones en general, puede ser seguida hacia atrás, hasta sus fuentes en la libre pero rigurosa curiosidad humana: las ciencias básicas. Regresando lo andado, vemos la producción de ondas electromagnéticas por Hertz; detrás, los escritos de Maxwell durante la mitad del siglo precedente, quien conjugó y explicó matemáticamente la electricidad y el magnetismo; y su origen último, la incesante curiosidad de filósofos naturales durante siglos anteriores. Los caminos de prácticamente todos los objetos y energías que mueven nuestro mundo, fueron curiosidades en ciencia básica. Por supuesto, no todo en matemáticas, mecánica cuántica o astronomía desemboca en algo práctico, pero mucho sí proviene originalmente de ellas.
Tal vez parezca natural –para políticos y administradores– que el progreso de la ciencia pueda ser dirigido, codificado y aún legislado. Los intentos de hacerlo en las democracias populares de Europa del este dan buenos contraejemplos; resultaron en distorsiones de campos propiamente científicos, como la teoría genética impuesta bajo la ideología dialéctica de Trofim Lysenko [4], o el atraso en micro-electrónica que sufrió la industria soviética en su última etapa (indispensable leer [5]), además del agobiante elitismo de su única y oficialmente poderosa Academia de Ciencias.
El desarrollo libre de la ciencia básica merece ser apoyado –pero no dirigido– por el Estado; repercute en mejores programas de formación docente, se difunde en conocimientos aplicables y en nuevas tecnologías, y al final contribuye a que seamos aún más humanos.
Referencias
[1] Ver https://quoteinvestigator.com/2015/12/18/live/
[2] En Y Sin Embargo se Mueve “Cuando la Esperanza nos Alcance” La Unión de Morelos, 28/11/2018, p. 6.
[3] Ver https://morena.si/wp-content/uploads/2018/09/Ana-Lilia-Rivera-Rivera.pdf
[4] Ver https://en.wikipedia.org/wiki/Trofim_Lysenko
[5] Ver http://ojs.stanford.edu/ojs/index.php/intersect/article/download/691/659/