Mucha gente, incluyendo políticos y empresarios, critican a los científicos mexicanos, pero casi nunca se informan de su productividad. Aquí se presentan algunos datos y se comparan con el lento crecimiento de la economía y la escasa productividad tecnológica empresarial, fomentadas por la dirigencia política y financiera del país.
Los datos disponibles muestran, en forma contundente, que durante los últimos 35 años los científicos mexicanos produjeron más ciencia de calidad con cada vez menos presupuesto, porque la producción científica creció al 8.6% anual, cuando el PIB sólo creció al 4.6% y de ese PIB menos del 0.5% se dedicó a financiar la Ciencia y la Tecnología (CyT). Esto se puede verificar en el archivo electrónico “Web of Science” y en las estadísticas nacionales.
En 1984 el PIB mexicano era de 0.25 billones de dólares (bd) y había casi 1,400 miembros del S.N.I. quienes publicaron 1,600 artículos indexados. En 2018, el PIB fue menor de 1.2 bd, con más de 25 mil miembros del S.N.I. y 29 mil publicaciones especializadas.
El gasto promedio en CyT bajó de 600 mil dólares por investigador en 1984 a tan sólo 240 mil en 2018. Sin embargo, la producción científica se multiplicó 18 veces cuando la economía sólo se multiplicó por cinco y la productividad científica se mantuvo alrededor de una publicación por miembro del S.N.I. Debe notarse que la mayoría de las publicaciones científicas incluyen a tres o más investigadores. Por lo tanto, la comunidad científica ha cumplido con su función en forma cada vez más eficiente, a pesar de la corrupción, las crisis financieras y la inseguridad social.
En cambio, la comunidad empresarial mexicana no aumentó mucho su capacidad tecnológica. Las diez mayores empresas del país, con ventas en 2018 de 0.29 bd, solicitaron en el último quinquenio 88 patentes ante la Oficina del ramo de EUA (USPTO), a diferencia de las diez mayores empresas coreanas, con ventas de 0.91 bd que solicitaron 57,472 patentes ante USPTO, durante el mismo periodo.
En México en 2018, el salario manufacturero fue de 3.3 USD por hora (10 mil pesos mensuales), cuando en Corea del Sur fue de 13.6 USD por hora (2,520,139 wons mensuales).
Un dato revelador: de las 3,420 solicitudes de patentes mexicanas con inventores locales y prioridad posterior a 2014, el 5.6% fueron registradas en México por las diez mayores empresas, en cambio, el 33% fueron solicitudes de patentes con autores de universidades, institutos o centros de investigación. Esto indica que en México el desarrollo empresarial se sustentó en la compra de tecnología externa, operó con bajos salarios y exportó productos con bajo valor agregado nacional.
En Corea del Sur, las grandes empresas compitieron con tecnología de punta propia, elevaron los salarios y exportaron productos con alto valor agregado local.
En diciembre de 1992, Carlos Salinas de Gortari concentró en la Unidad de Planeación de la SHyCP las funciones de la Secretaría de Planeación y Presupuesto y a fines del sexenio de 1988 a 1994, Pedro Aspe Armella, titular de la SCHyCP y Jaime Serra Puche, titular de Comercio y Fomento Industrial, supervisaron las negociaciones del TLC que permitieron grandes transferencias financieras asociadas a los pagos por tecnología para las empresas ensambladoras.
Además, se mantuvo el presupuesto de CyT por debajo del 0.5% del PIB y la SHyCP se ha opuesto a conceder importantes estímulos fiscales o financieros para la inversión empresarial con CyT local.
Esta política ha sido radicalmente opuesta a la estrategia del Ministerio de Planeación de Corea del Sur, el cual otorga numerosos créditos blandos a las empresas locales que asimilan o producen tecnología y compiten con éxito en el mercado internacional.
Es obvio que las principales empresas y el gobierno de México han sostenido una economía maquiladora, en detrimento de la innovación local.
Nuestro país podría salir del atraso tecnológico y la ciencia podría contribuir a nuestro desarrollo, siempre y cuando la comunidad empresarial, apoyada y estimulada por la SHyCP, cumpliese con la tarea de lanzar a México como potencia manufacturera de talla mundial.
Ello requiere un programa acelerado de asimilación e innovación de tecnología.
Así superaríamos nuestra situación de país ensamblador con baja tasa de ganancia y contaríamos con flexibilidad para adaptarnos a los cambios del mercado global, incluyendo las amenazas de Donald Trump.