Desde hace 19 años he tenido el gusto de trabajar en temas de vinculación entre academia, industria y gobierno. En aquel entonces, se le llamaba a este trío la “triple hélice” y había toda una historia sobre helicópteros y sustentación aérea, muy poco precisa, pero muy ilustrativa (y romántica). Debo confesar que desde que escuché eso de la hélice de los helicópteros me cayó gordísimo el símil. Y consideré a la frase como el más perfecto detector de impostores. Cada vez que escuchaba o leía a alguna sesuda persona hablar de la dichosa hélice, muy en mi interior perdían puntos en mi muy personal escala de aprecio académico. Esto se debe principalmente a mi desprecio por los lugares comunes. Desde muy joven, aprendí que los charlatanes, en general, se aprenden algunas palabritas domingueras y con mencionarlas de vez en vez, apantallan a las personas no expertas y las embaucan. Los lugares comunes, o frases hechas, tienen la virtud (y el defecto) de poderse repetir sin que quien lo hace entienda los conceptos.
Así, una frase que surge de una mala analogía con las aspas de los helicópteros (que, por cierto, suelen ser dos en helicópteros pequeños) llegó para quedarse, transformarse y, en mi muy humilde opinión, servir de “corazón delator” (otro lugar común que le debemos al gran E. A. Poe) contra quienes, sin saber del tema, dictaban cátedra (y siguen los lugares comunes) sobre vinculación. Desde entonces, cada vez que escucho hablar de hélices en espacios de vinculación, sonrío hacia dentro. Así lo hice hace unos años, cuando la “triple hélice” se transformó en la “cuádruple hélice”; y, debo confesar, también lo hice hace unos meses cuando escuché hablar de la “penta hélice”. Para quienes no estén familiarizados con ambos clichés, la cuarta hélice es la sociedad y la quinta el medio ambiente.
Algo que un exjefe me enseñó muy bien hace muchos años fue a confrontar mis certezas. Esta actitud híper y autocrítica de siempre poner en tela de juicio (otro lugar común) aquellas cosas de las que estoy convencida me ha permitido aprender muchísimo y reconocer que, hasta en las frases hechas hay conceptos interesantes que vale la pena analizar y aplicar. Y justo esto me sucedió recientemente al leer la más reciente convocatoria del CONACyT: PENTA. PENTA es el acrónimo de Programa Estratégico Nacional de Tecnología e Innovación Abierta, y debo decir que, ¡me encantó!
PENTA “convoca a las nano, micro, pequeñas y medianas empresas (NaMiPyMEs), instituciones de educación superior, centros de investigación, institutos tecnológicos, sociedades de producción rural y personas físicas con actividad empresarial; públicas o privadas, dedicadas al desarrollo tecnológico e innovación” (CONACYT, 2019), y este es el primer acierto, incluir a personas físicas con actividad empresarial, a nano empresas—entidades con menos de cuatro personas—y a sociedades de producción rural.
El segundo acierto de PENTA es la inclusión de una categoría que atiende proyectos de “Articulación productiva sustentable”, esto significa que, por primera vez en la historia del fomento a la innovación, se otorgarán recursos para apoyar la articulación de los actores relevantes en el proceso de innovación abierta de los cinco sectores que se DEBEN atender: Sociedad, Industria, Gobierno y Academia, con respeto y cuidado al Medio ambiente.
Para cerrar con broche de oro, PENTA promueve Innovación Abierta, otro gran acierto. Este tipo de innovación se realiza desde hace muchos años en otros países y, en los últimos 5 años en México, la ha promovido CeMIESol y la Red de Energía Solar. La innovación abierta se puede resumir en una frase “colaborar para competir”. La industria farmacéutica, ante los grandes retos de salud, ha encontrado en este modelo de innovación una solución interesante al hacer alianzas entre empresas competidoras y universidades para desarrollar principios activos. Una vez que se ha probado el potencial de estas innovaciones farmacéuticas, las empresas competidoras toman el conocimiento generado y cada una busca por su cuenta las mejores formas de llegar al mercado y competir. En un entorno con recursos gubernamentales limitados, promover la innovación abierta es un acierto. Hoy, ante las interrogantes que mis alumnos planteaban incredulidad ante la existencia de empresas tradicionales en obtener recursos públicos para TENER que compartir sus desarrollos, el sentido común me hizo responder: “Si las empresas quieren invertir en innovación tecnológica y no compartir sus resultados, que le pidan dinero al banco y la paguen; si buscan dinero de mis impuestos, espero que sea para el bien común”.