En el Jardín del Edén, donde el Todopoderoso ubicó a los célebres padres de la humanidad, también situó al Árbol de la Sabiduría, cuyos frutos, a pesar de estar prohibidos estaban al alcance de Adán y Eva. Eva ejerció su libre albedrío al tomar el fruto prohibido y Adán también, al engullirlo con singular alegría.
Al final de la trilogía The Matrix, el villano mayor, Mr. Smith, representante del dominio de la máquina y la homogeneidad como sistema y práctica, asombrado por la tenacidad del Elegido, Neo/Mr. Anderson, que a pesar de tener todo en contra continúa incólume luchando contra un ejército interminable de sus “clones”, le pregunta: “¿Por qué, Mr. Anderson? ¿Por qué persiste?” Después de haber descartado a la libertad (así a secas), la verdad, la paz y el amor, Neo contesta: “Porque yo lo elijo”.
La referencia ideológica, pues la religiosa y cinéfila ya las describí —es un buen ejercicio discernir cuál es cuál—, establece que el propósito final del desarrollo se encuentra en cada uno de nosotros y en las posibilidades que tenemos para elegir una vida en la que podamos realizar a plenitud nuestro potencial como seres humanos. Posibilidad de elección, ése es EL propósito.
El lunes pasado fui a un concierto con mi hija al DF. Salimos del antro y llegamos a su depa, como Cenicienta, justo a la medianoche. Mientras iba a dejarla, decidía si me quedaba con ella o seguía manejando hacia el Sur y regresar a Cuernavaca de una vez. Me sentía descansada, y con la agenda ocupada desde las 8.30 a.m., todos mis algoritmos de decisión naturales se inclinaban por un relajante paseo siguiendo Insurgentes. Sólo me detuve unos segundos, pensando en mi llegada a Cuernavaca: transitar por Morelos, sola, pasada la media noche; o hacerlo, igual de sola, pero a las 7 de la mañana. La inseguridad decidió por mí: me quedé con mi hija, dormí poco y mal, pero amanecí sana y salva en el Distrito Federal.
Lo que ni la Matrix, ni Dios, ni el mismo Lucifer (recordando el heroico final de The Devil’s Advocate) pudieron hacer contra el libre albedrío, lo han logrado en pocos meses las distintas acciones que ha emprendido este gobierno neoliberal. Triste recordatorio de esta batalla encarnizada contra los síntomas de una enfermedad social que sólo se agrava día tras día (y seguirá haciéndolo hasta que no se atiendan las causas, como el desempleo, el analfabetismo y la pobreza, entre otras), son los retenes militares que conforman nuestro paisaje cotidiano. Esa sí es la aplicación continua de la fuerza, que hace daño, que lastima, que merma, que deshumaniza.