Desde el momento en que el ser humano primitivo y nómada habitó las cuevas naturales que encontraba, él y sus congéneres las usaban por dos posibles razones: para que sirvieran como vivienda o como sitio para llevar a cabo sus rituales. La protección de este refugio llevó a los seres humanos a modificarla para un mejor confort, su evolución es lo que conocemos como la primera arquitectura de la historia, a lo largo de la cual se fueron construyendo edificaciones más complejas, con una profunda sensibilidad hacia el medioambiente y el clima del sitio que encontraban.
Esto aseguraba un confort, además de tener un respeto por los recursos limitados y una reverencia hacia a la naturaleza y no en su contra, como hoy en día.
Volver a entender cómo funciona un edificio a la respuesta de las fuerzas naturales, sus recursos y entorno, puede ayudarnos a reducir significativamente el consumo energético.
Las construcciones de nuestros tiempos consumen, principalmente, energía para calentar, iluminar, refrigerar, etc.
La mayoría de estos recursos provienen de combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas, etc.) que son limitados, es decir, que en un futuro no los encontraremos. Por otro lado, existen los recursos renovables (energía solar, eólica, hidráulica, geotérmica). Sin embargo, ninguno de estos recursos debería ser la primera opción a la construcción de una edificación.
Antes que todo debemos asegurarnos que nuestras propuestas arquitectónicas consuman la menor energía posible, independientemente de su origen.
En los procesos de producción, construcción, el trasporte público y cualquier actividad con un alto consumo energético es la principal causa de los impactos negativos sobre nuestro planeta, porque todos estos combustibles emitidos se convierten en dióxido de carbono (CO2), el principal gas causante del efecto invernadero.
Es evidente que los edificios por sí solos en sus procesos constructivos requieren de una alta demanda energética. Por ejemplo: la extracción de su materia prima, llámese arcilla, piedra, etc.
O la simple cocción de ladrillo rojo, la fabricación de sus moldes y el transporte a la obra.
Del mismo modo, lo que mayor consumo energético genera es la misma vida útil del edificio, su mantenimiento es la mayor causa contaminante de cualquier edificación y de los gases de efecto invernadero.
Por ende, como arquitectos tenemos que promover y diseñar edificios que consuman la menor cantidad energética, es nuestra responsabilidad en cómo entregamos nuestro trabajo a la sociedad y en gran medida somos los causantes de dicha contaminación.
Por eso es una gran responsabilidad que nuestro proceso creativo no solo sea funcional sino amigable -en toda la extensión de la palabra- con el medio ambiente y su contexto inmediato.