Ya se han presentado las primeras protestas para detener y repensar el planeado renacimiento nuclear en varios países y es tanto seguro como recomendable, que se re-examinen los protocolos de seguridad para las muchas plantas nucleares similares en diseño a las del complejo en Dai’ichi.
Simultáneamente, esta crisis resalta de nueva cuenta nuestra inconmensurable inhabilidad para evaluar riesgos: aunque existe una cantidad cada vez mayor y mejor de evidencia científica sobre los profundos y aberrantes efectos de los gases causantes del efecto invernadero sobre el clima terrestre -muchos de ellos catastróficos a mediano y largo plazo- seguimos quemando combustibles fósiles sin la menor pausa o asomo de preocupación.
Para la justa demanda de un nivel de vida más aceptable y sobre todo, generalizado, no es necesario recurrir al uso indiscriminado de cantidades cada vez más grandes de energía. Un incremento racional en dicho uso, tampoco puede esgrimirse para justificar la intervención de la energía nuclear en aras de controlar las emisiones de carbono ni siquiera como una componente más en un diverso conjunto de fuentes de energía. Además y sin duda, la inmediatez de los aterrorizantes recuerdos de las consecuencias de la energía nuclear descontrolada, sobrepasa con mucho la insidiosa pero aparentemente inexorable marcha hacia el punto de un cambio irreversible en el clima global.
Lo que se necesita, es reconocer que la existencia de los recursos naturales no es ilimitada y con mayor énfasis, que dichos recursos no son sujetos de propiedad privada. Con ello, se vuelve inescapable la conclusión de que lo que necesitamos es un cambio en nuestras costumbres de consumo y el olvido de eso que conocemos como el crecimiento económico y que no es otra cosa que una desmesurada ambición por parte y para beneficio de tan sólo unos cuantos.
Existe un panorama mucho más amplio y un reto mucho mayor que los planteados por la crisis de la inseguridad en la energía nuclear (Fukushima, Chernobyl, Three Mile Island, Windscale, Kyshtym... ): debemos convocar a la voluntad comunitaria para pintar en un lienzo mucho más grande; un reto menos de inversión financiera que de conceptualización y propósito. En México podríamos empezar cerrando la nucleoeléctrica en Laguna Verde, Veracruz. El imperativo de abandonar la energía nuclear no vuelve obvia la necesidad de conceptualizar un futuro energético que reconozca las demandas de una población mundial creciente, al mismo tiempo que proteja la viabilidad del planeta a futuro.
Hay riesgos en cualquier camino que se siga y nos encontramos en el momento cuando la mayor urgencia reside en hacer una evaluación con la frialdad necesaria del riesgo total embebido en el propósito de a donde queremos ir.
*Con base en una idea de Thomas Rosenbaum