Sin embargo, confieso que cuando se estrenó en Cuernavaca no ocupó inmediatamente el primer lugar de nuestras preferencias, quizás un poco porque presentíamos, como sucede a menudo con los documentales, que nos enfrentaría con una realidad inobjetable que deriva frecuentemente en frustración ante la imposibilidad aparente de hacer algo significativo para cambiarla.
Varios días después de su estreno en Morelos, antes de que lo pudiéramos ver, y derivado de una demanda que hizo uno de los participantes en el documental, se presentó un revuelo masivo de información en los medios. Incluso, el filme estuvo fuera de circulación por unos días por una orden de una jueza del Distrito Federal. Pero regresó a las salas de proyección para convertirse en al documental más visto en México de todos los tiempos, con una recaudación récord de varias decenas de millones de pesos.
Rodeado de un aura de adjetivos como “es imperdible”, “lo mejor en años”, “supera en originalidad y riesgo a la mejor película de ficción”, etcétera, finalmente tuvimos la oportunidad de verlo. Tal y como lo habíamos previsto, el documental nos enfrenta con una realidad que todos conocemos y que nos negamos a ver, quizá por un efecto parecido a la ceguera de taller o simplemente a un bloqueo mental. El documental nos presenta y pone sobre la mesa la forma tan burda, deshonesta, indecorosa, indecente y hasta obscena con la que se aplica la justicia en este México cada vez más violento y entregado a la delincuencia. En todo caso, nos muestra el intestino grueso de un sistema de justicia en el cual todo el que cae en su maraña de inmundicias, automáticamente te convierte en culpable hasta que demuestres lo contrario.
Lo que más me impactó del documental fue la evidente falta de respeto y dignidad que finalmente todos los actores (de la vida real) comparten. Un presunto culpable, con su atuendo de preso, tal cual, que nunca deja literalmente de estar atrás de las rejas. Un juez “ahí nomás en el pasillo”, sin ninguna investidura a excepción de una toga que da lástima… o quizá risa. Un abogado defensor al que nadie presta atención y termina ninguneado por todos. Un fiscal indolente y burocrático. Un dudoso testigo acusador. Otros testigos policías que amenazan, dan miedo y ponen los pelos de punta. En fin, un ridículo proceso legal que no es solamente una calca, sino que supera, a un libro de Kafka.
Aunque duela, este doloroso retrato que nos presenta el documental, al igual que nuestros gobiernos, es un simple reflejo de lo que somos. Y lo más triste es que hasta ahora no percibo que nos movamos un ápice para cambiarlo. Tengo la impresión de que aunque tenemos muy identificados a los “presuntos culpables” de esta realidad que lastima y hace daño, no aceptamos finalmente el papel que nos corresponde. Si bien controversial, la gran cualidad de este documental es exponer una verdad que muy pocos han objetado, y que duele, sí, pero definitivamente nos hace dar un primer paso si aceptamos que esta realidad hay que cambiarla urgentemente.