Deberíamos aprender de la catástrofe de Acapulco que es mucho mejor prevenir que remediar y esta no es la primera ni será la última de las catástrofes relacionadas con el cambio climático. También, urge superar la debilidad del Estado, formado por el gobierno y el pueblo, para enfrentar estos desastres.
Nuestro planeta sufre un calentamiento progresivo y acelerado por la acumulación de los óxidos de carbono y nitrógeno y del metano, llamados gases de invernadero (G de I), provenientes de la actividad económica mundial. El aire caliente sube como en un globo de Cantoya, porque esos G de I absorben más calor que el resto del aire. Entre más combustible quemamos, más nos cocinamos en nuestro propio jugo y más desorden se produce por los vientos convertidos en huracanes.
El huracán Otis se aceleró en muy pocas horas porque el mar cercano a Acapulco estaba muy caliente. Por ello, el gran remolino giró cada vez más fuerte, impulsado por el chorro de aire caliente que subió por el centro del huracán. Esto podría haberse calculado si nuestros meteorólogos hubieran tenido suficientes datos de la temperatura del mar y no dependiésemos de la escasa información difundida por el National Oceanic and Atmospheric Administration de los Estados Unidos, ya que los meteorólogos de ese país le prestan más atención a los datos que les afectan directamente. Además, no tenemos un servicio automático de alerta temprana contra las tormentas tropicales, aunque los huracanes pueden ser más destructivos que los temblores.
En otros países mejor organizados, los meteorólogos activan en forma automática todas las alarmas cuando viene un huracán. No requieren la autorización del jefe de gobierno ni de los altos funcionarios. Es como la alerta sísmica que nos avisa sobre los terremotos, segundos después de que se activan los aparatos sismográficos. Por todas esas carencias, los funcionarios y el pueblo no tuvieran aviso oportuno del huracán Otis. Mas eso no es más que la punta del iceberg. Las carencias presupuestarias y operativas para la prevención y atención a los desastres se han manifestado una vez más en forma parecida al triste recuerdo del terremoto en 1985, cuando se perdieron más de 10 mil vidas en la Ciudad de México. El huracán Otis fue cien veces menos mortífero que aquel terremoto, pero la devastación de Acapulco fue masiva y su reconstrucción será costosa y demorará.
Los huracanes no son la única consecuencia desastrosa del cambio climático. La semana pasada visité un pequeño valle del Alto Mezquital en Hidalgo. Por segunda ocasión la sequía fue tal que las milpas no germinaron y los pocos magueyes recién plantados por el programa Sembrando Vida se marchitaron. Sólo sobrevivieron los magueyes, nopales y árboles ya maduros, con suficientes raíces y reservas de agua en sus organismos. La única salida para enfrentar la sequía sería la perforación de pozos muy profundos, la construcción de sistemas de bombeo o la instalación de represas y terrazas para conservar la escasa agua de la lluvia. Infelizmente no hay presupuesto para ese tipo de obras y los campesinos tendrán que sobrevivir gracias a las remesas y los subsidios gubernamentales. Este problema afecta a más de la mitad de nuestros agricultores y demuestra que no hemos aprendido a prevenir, ni remediar eficientemente, las catástrofes climáticas. Actuamos como podemos para remediar lo sucedido y esto se añade a los sufrimientos de la mitad de los mexicanos que viven en la pobreza.
El calentamiento global es un fenómeno inexorable. Los meteorólogos nos informan que, si todos los países se pusieran de acuerdo este año para reducir las emisiones de los G de I, se seguirían sufriendo desastres por huracanes, inundaciones y sequías durante más de 20 años. Por lo tanto, debemos tener presupuestos y actividades para prevenir y remediar las catástrofes que se avecinan y, aunque no haya muertos, estos desastres afectarán la agricultura, la economía y la tranquilidad de millones de mexicanos.
Por lo tanto, la catástrofe del huracán Otis debe enseñarnos que debemos invertir en el establecimiento de fondos y programas suficientes para prevenir y enfrentar las catástrofes climáticas que se avecinan, por el recrudecimiento del cambio climático mundial, las cuales, seguramente se repetirán muchas veces durante los próximos veinte o cincuenta años. Sin esas medidas veremos cada vez más destrucción, sufrimiento y pobreza para nuestra población.