Mi familia llegó a Cuernavaca hace 49 años. Durante muchos años dije orgullosa que mi papá había traído la civilización a Cuerna porque fue el gerente que inauguró la primera tienda de autoservicio de cadena nacional. También es bien sabido por quienes me conocen que me ufano de nunca haber salido de esta bella ciudad durante más de tres semanas, y remato “soy pueblerina, pueblerina”. Soy una orgullosa habitante de esta caótica, desordenada y ya no tan primaveral ciudad.
Desde la inocencia de mi infancia, recuerdo que los grandes males de la ciudad se resumían en dos: los baches y las inundaciones. Cuernabaches de Morelhoyos era el mote sarcástico con que describíamos a las personas recién llegadas lo que les esperaba.
Las inundaciones eran otro gran tema, durante mayo y junio las lluvias se juntaban con la falta de drenaje pluvial, con los baches y nuestra muy particular orografía y eran un desastre. En Cuernavaca teníamos agua todos los días, todo el tiempo y en época de lluvias, la movilidad era un desastre. Afortunadamente, había una proporción razonable de personas por unidad de área y las inundaciones generaban un caos vial bastante tolerable. Además, las grandes extensiones de jardines y la horizontalidad de las construcciones permitían una muy saludable vida hídrica. Aunque aún tenemos jardines, esos se han ido remplazando por construcción de plazas comerciales y casas-habitación. Y esa maravillosa horizontalidad, al promover construcciones de más de 3 pisos (antes estaban prohibidas), se perdió y con ella nuestra salud hídrica y cívica.
La densidad poblacional de nuestra ciudad ha crecido sin control. El desorden con el que se han promovido condominios con pocas áreas verdes, o incluso edificios de departamentos sin tomar en cuenta la capacidad hídrica y vial es escandaloso. Las autoridades con la mano en la cintura dan permisos para construir decenas de departamentos y talar docenas de árboles. Y aunque se levanten quejas vecinales, la queja de nada sirve pues “tienen permiso”. Las preguntas aquí son, ¿cómo se dan esos permisos?, ¿dónde se hacen las consultas vecinales, los estudios de suelo, de capacidad hídrica, de derecho al sol? ¿Quiénes revisan los expedientes de esas constructoras? Y, ¿dónde están los planes de desarrollo de Cuernavaca que indiquen con claridad y transparencia en qué áreas se puede aumentar la densidad habitacional?
No esperamos que las autoridades municipales sepan todo. Es más, clara y contundentemente han demostrado que, igual que el resto de nosotros, saben bien poco de un sinnúmero de temas; pero sí espero que consulten a personas expertas. Especialmente cuando no pierden oportunidad para presumir lo importante que es la comunidad científica y tecnológica de la Ciudad y lo necesario que es acercar a ese conocimiento en ciencias, ingenierías y humanidades a la realidad. “A predicar con el ejemplo”, me decía mi abuelita.
Contamos con entidades académicas que estudian agua, energía, ambiente, vialidad, tejido social, seguridad, logística, diversidad y también personas expertas en planeación. Y no solo eso, tenemos también conocimiento en trabajo interdisciplinario, es decir, podemos integrar equipos multidisciplinarios que miren la realidad desde distintas disciplinas con la capacidad de integrar soluciones holísticas. Esta riqueza está a la vuelta de la esquina, representada por tres respetabilísimas asociaciones académicas, ajenas a compromisos políticos o sesgos partidistas: la Academia de Ciencias de Morelos, la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades del Estado de Morelos y la Academia de Ingeniería de México.
La gravedad de esta falta de planeación entrelazada con la corrupción que lleva a las autoridades a vender permisos a diestra y siniestra impacta directamente nuestra calidad de vida, no solo por la insuficiencia de recursos, sino por el tipo de relaciones vecinales que esa insuficiencia provoca. Ante la falta de autoridades sensibles, que se anticipen a los retos de convivencia en un entorno con escasez de recursos, las bajas pasiones de todas las personas afectadas florecen. Entonces, las comunidades dejan de buscar soluciones comunitarias ante las inevitables crisis ambientales y el tejido social se resquebraja cada vez más.
La corrupción, incapacidad y desdén con que se conducen las autoridades y personas funcionarias, tiene un efecto de bola de nieve que padecemos actualmente. Necesitamos urgentemente que quienes lideran las administraciones públicas se preocupen por el deterioro del tejido social y se ocupen de inmediato en atender las inconformidades cotidianas de la ciudadanía. Estamos a semanas de elegir a quienes conducirán esas administraciones públicas por los siguientes años, es indispensable que exijamos transparencia, rendición de cuentas, planeación eficiente y administración efectiva.
Tenemos el talento en nuestra comunidad para resolver los retos que las crisis climática, hídrica, energética y social nos presentan. Necesitamos a las personas líderes que sepan escuchar con humildad e integrar equipos que promuevan estrategias integrales y efectivas para que otra Cuernavaca sea posible.