Cuando a diario se nos presenta la muerte por todos lados, en cualquier horario, sin pudor ni recato. Cuando la sorpresa ya no es saber que se asesinó a una persona, sino contar los muertos del día, pareciera que la muerte se torna en algo trivial. Pero no voy a elaborar sobre el tema de las muertes violentas, que no lo niego, es importante y apremiante, pero del que día a día se derraman litros de tinta.
El tema que yo quiero traer a la reflexión en este espacio es el de la muerte con dignidad, el de la muerte responsable, el de la muerte “por piedad”: la eutanasia. Reconozco que no es un tema nuevo. Efectivamente, es tan antiguo como que los mismos griegos la aceptaban como una práctica hacia el bien morir, con la finalidad de evitar la mala vida. Sócrates y Platón la defendían; ambos se acogían a la idea de que una enfermedad dolorosa, y que diera lugar a un gran sufrimiento, era una buena razón para dejar de vivir. Posteriormente, en la sociedad romana también se permitía que un enfermo terminal se suicidara porque tenía motivos suficientes y valederos para hacerlo. Séneca argumentaba: “Hay una gran diferencia entre un hombre que prolonga su vida o su muerte. Si el cuerpo ya no sirve para nada, ¿por qué no debería liberarse al alma atormentada? Quizá sería mejor hacerlo un poco antes, ya que cuando llegue ese momento es posible que no pueda actuar”.
Y recientemente, me gustaría recordar el caso del marino y escritor español Ramón Sampedro, quien quedó tetrapléjico a los 25 años de edad, y que durante casi treinta años llevó a cabo una intensa actividad de petición judicial para poder morir, y para que las personas que le auxiliaran no incurrieran en delito, ya que su estado físico le impedía suicidarse. Esta historia fue llevada a la pantalla en la película “Mar adentro”, con una extraordinaria actuación de Javier Bardem. A los que no la hayan visto, les recomiendo que no dejen de verla. Es una película que, además de emotiva, nos mueve a la reflexión acerca del tema con una cruda realidad, certera y objetiva, que nos lleva a considerar a la eutanasia activa como un derecho humano.
Éstos son solamente algunos elementos que muestran lo trascendente que es, y será para el hombre, la muerte y la forma de morir; ya que como se dice: la única certeza que tenemos al nacer es que algún día hemos de morir. Sé que el tema da para mucho más, y que debe propiciar un debate amplio; y eso es lo que considero que es necesario impulsar para llegar a legislar al respecto. Actualmente existe en México una ley que permite que los enfermos terminales puedan solicitar legalmente la eutanasia pasiva, consistente en dejar de suministrar los medicamentos o retirar los aparatos que mantienen con vida artificialmente a un paciente terminal. Esta ley es, sin lugar a dudas, un primer paso, pero hay que ir más allá; es necesario considerar también la eutanasia activa, en la que se provoca la muerte del enfermo, del sufriente, de aquél que se pregunta, como ya lo hacía Séneca hace dos mil años: ¿por qué no liberar al alma atormentada? Vean “Mar adentro” y denme una respuesta.