La semana pasada, siguiendo las noticias de la caravana de Javier Sicilia por los Estados Unidos me conmovió la lectura que Sicilia hizo de un poema de Bob Dylan, cuyo título en inglés es parecido a la columna de marras: A Hard Rain's A-Gonna Fall. El poema ha sido traducido como “Una dura lluvia va a caer” (www.goddylan.com) con variantes que tienen que ver con lo que el traductor considera como “hard” (lluvia atroz, por ejemplo, Bob Dylan, Letras de la editorial Alfaguara). Creo que el poema tiene dos lecturas, una a la que se refiere Sicilia en su discurso, relativa a nuestra descompuesta sociedad y otra, la de la lluvia que va a caer, desde el punto de vista de nuestro deteriorado medio ambiente. Y dado que lo “perfecto” de la tormenta no es mas que un sarcasmo para lo -fuerte o atroz-, de la lluvia a la que se refiere Dylan, me he tomado la libertad de titular esta columna igual que la anterior, pero convirtiendo en tormenta la lluvia de Dylan. La versión en inglés y su traducción puede leerse en la página antes citada (http://www.goddylan.com/Letra_AHardRainsAGonnaFall.htm). La lectura de un poema es una experiencia personal, por lo que éste es un buen momento para dejar el texto e ir a buscar la canción y el texto o simplemente recordarlo (http://videosift.com/video/Bob-Dylan-A-Hard-Rain-s-A-Gonna-Fall-1964). El poema data de principio de los 60’s en plena guerra fría; a Dylan le preguntaron si el poema se refería a una posible lluvia nuclear, a lo que Dylan contestó: -no, no se refiere a una lluvia nuclear; solo a una fuerte lluvia-. El poema consiste en la respuesta que un hijo de ojos azules, da a cinco preguntas que le hace su amoroso padre. Se trata de preguntas que podemos abordar de forma superficial y cotidiana, pero también de la raíz misma de la problemática social y ambiental del país; son preguntas que hacemos a nuestros hijos o nos hacen nuestros padres, la hacemos y nos la hacen nuestros estudiantes, y más que nada, preguntas que nos hacemos a nosotros mismos:
¿Qué donde hemos estado? Todos hemos estado en montañas y bosques que se han vuelto tristes, sombríos y peligrosos lugares; hemos penado en inseguras carreteras que nos llevan, a vuelta de rueda y cada vez con mayor posibilidad a algún inesperado destino; estamos viendo morir los glaciares, desaparecer a especies marinas y tragedias derivadas de catastrofes petroleras, y claro, también hemos estado en la boca de algún cementerio.
¿Y que hemos visto? Lobos salvajes alrededor de criaturas indefensas, hermosos lugares que ya nadie visita, oradores de lenguas rotas (muchos de estos sobre todo en tiempos recientes), y hemos visto pistolas y espadas en manos de niños, pistolas y espadas producto de una exitosa industria que permite un saludable crecimiento económico, para que la gente viva mejor.
¿Y que hemos oido? Noticias que son como truenos que nos avisan y previenen de la tormenta, noticias que hablan de olas que pueden anegar el mundo; oimos muchas cosas si, pero escuchamos poco, ya solo oímos susurros, oímos con indiferencia sobre muertes lo mismo que sobre risas; oímos al poeta caminando por las cunetas de las carreteras cantado el dolor por la muerte de su hijo y la de los hijos de todas las víctimas de esta guerra sin sentido.
¿Y a quien nos hemos encontrado? En el poema las referencias al presagio de tormenta tienen en las respuestas a esta pregunta muchos elementos simbólicos y metáforas cuyo significado me rebasa como el de un hombre blanco que paseaba un perro negro, o el de una mujer joven cuyo cuerpo estaba ardiendo; otros son de luminosidad y esperanza, como el de encontrar a una chica capaz de regalarnos el arco iris y finalmente otros son los normales para quien camina por la vida en nuestros días con los ojos abiertos: gente herida de amor y gente herida de odio.
¿Y qué vas a hacer?, pregunta finalmente el amoroso padre. Sicilia, al igual que el hijo querido de ojos azules, contesta al Padre lo que va a hacer: va a salir -como lo ha hecho desde aquel infame asesinato- antes de que empiece la tormenta, caminando hacia el más profundo bosque negro, lleno de gente con las manos vacías y agua contaminada, almas olvidadas y con la cara del verdugo, como siempre, bien escondida.
El hijo termina señalando que otras cosas va hacer: lo contará, lo dirá, lo pensará y lo respirará, y lo reflejará desde la montaña para que todos podamos verlo y denunciarlo; publicarlo agregaría yo, para que así, quizás, podamos prevenirlo y tal vez cambiarlo. “Y luego me mantendré sobre el océano, hasta que comience a hundirme, pero sabré bien mi canción, antes de empezar a cantarla, y es dura, muy dura, la lluvia que va a caer”.