Al mismo tiempo me permite intentar responder las preguntas que surgen en mi interior y, gracias a esto, poder compartir ese conocimiento con otros investigadores. Así, de alguna manera, intento contribuir a mejorar nuestro ambiente o la salud. Considero que este espíritu lo comparto con muchos colegas que nos reunimos en el XXX Congreso Nacional de Bioquímica de la Sociedad Mexicana de Bioquímica que se realizó en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, a principios de noviembre de este año. Este congreso es una fiesta de más de mil investigadores y estudiantes de todo el país celebrando, junto a importantes investigadores internacionales, el resultado de sus investigaciones. La alegría de reencontrarse con viejos amigos con gustos afines, el gusto de ver como la actividad científica y creativa del país compite con la internacional y ver el rostro emocionado de los jóvenes estudiantes, al momento de exponer sus resultados ante los demás. es una experiencia que se agradece repetir cada dos años. Y este es un gran privilegio. Además, el Congreso se caracteriza por buscar que los participantes visiten ciudades interesantes de nuestro país. Lugares con historia, tradición y cultura, lo cual debe enriquecer al ser humano para tener una formación integral. El anterior tuvo lugar en la ciudad de Oaxaca, la cual es cultura viva y en efervescencia, junto a paisajes que llenan los ojos y los saturan con todo su esplendor y además con platillos que exacerban los sentidos. Un lugar que siempre está presente en mis recuerdos. Así que al saber que el siguiente congreso sería en Guadalajara, sentí curiosidad por saber qué aprendería de ella.
Siempre he creído que no hay mejor forma de conocer a una ciudad que dejándose absorber por ella; dejar que te mastique, te degluta y finalmente te vomite. Digerido, si; pero entero. Guadalajara no es la excepción. Apenas tuve un atisbo de ella, vivirla fue algo especial, particularmente los ojos de sus mujeres que son capaces de hablar de frente, obligando a entender su intención. Los ojos que hablan, sugieren con el cejo, las sonrisas son un lenguaje que no implica señas.
Como ciudad, la arquitectura al menos desde donde estuve, sucumbió a la globalización. A darle gusto al turista en vez de mostrarse orgullosa de su historia e independiente de la sumisión, como debería de ser. Aunque algunos sitios se preservan. Pero la ciudad no es solo su arquitectura. Es también su sociedad, la cual se notaba aislada. Alerta. Precavida. Quizás el destino nos alcanzó o quizás sólo era yo que llevaba mis miedos para compartir con esa ciudad. Así que decidí dejarme tragar, digerir y vomitar por ella para conocerla. Visité sus alrededores, disfruté sus platillos, librerías y museo, interaccioné con su sociedad e incluso participé en un programa radial. Y aprendí a quererla para siempre, como a las miradas que disfruté una tarde a solas en Guadalajara.
Pero todo principio tiene un final. El final del congreso como siempre fue nostálgico. Las despedidas, las promesas de colaborar en conjunto para solucionar problemas de investigación. Recoger experiencias e intercambiar correos electrónicos y teléfonos. Felicitar a los estudiantes. Abrazos y despedidas. Pero este año tuvo un momento emotivo especial. Al final del congreso, 43 congresistas se pusieron de pie con una tarjeta en sus manos. Tarjetas que llevaban impresos un número, del 1 al 43. Cada una representado a una persona desaparecida. siendo recordada en un minuto eterno de silencio. Tarjetas que nos hacían recordar a un estudiante de una escuela normal rural. A un futuro profesor que buscaba hacer su esfuerzo por lograr tener un México mejor. Y que en ese momento, como miembros de una comunidad académica, sentíamos que nos hacían falta. Recordando a Sabines, nos sentíamos “Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla”. Y creo que eso resume el sentir de todos nosotros. Pero me hizo apreciar el pertenecer a una comunidad con sensibilidad.
Estamos un momento de definiciones. México no son sus políticos. México no es su barbarie. México no es su inseguridad. México es una sociedad. México es cada uno de nosotros haciendo nuestro esfuerzo por resolver problemas para ayudarnos a nosotros y a los demás. Pero tampoco debemos olvidar lo que pasó. Debemos exigir que esos estudiantes aparezcan y además generar las condiciones para que estos hechos no vuelvan a pasar. No podemos claudicar ante el olvido y la indiferencia nada más.
Porque quiero seguir disfrutando los privilegios de profesar. Seguir conociendo más de los resultados que los investigadores de todas las áreas logran alcanzar. Seguir aprendiendo más de mi país con su historia, su cultura y su maravillosa gente. Seguir transmitiendo lo que sé a otros jóvenes para que puedan superar lo que yo logré hacer. Como supongo que los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa intentaban lograr. Como imagino que la mayoría de la sociedad en el fondo anhela también. Seguir haciendo su esfuerzo para progresar y con esto lograr que podamos vivir con bienestar y en paz.
(Liga para ver un video de la clausura del congreso: http://on.fb.me/1zKgqg3