Entrados en dialectos, comprendí que la gramática del manejo es uno de ellos, y que la nuestra no habla bien de México. El tránsito tiene sus reglas escritas (poco conocidas) pero es esencialmente cultura popular: Te corto el paso, pequeño peatón; mi camioneta va antes que tu vocho; ¿30 km/h? 50 ‘stá okey; ¡y me vale! ¿Cómo es que llegamos a manejar así? Tal como se propagan las epidemias y los rumores, también la gramática del manejo se contagia entre conductores.
Son relativamente pocos los que contaminan el lenguaje vehicular con barbarismos, pero su efecto es multiplicador. Por ejemplo, en meses recientes (y especialmente entre taxistas) se ha extendido un gesto de desafío: sacar una manita quebrada fuera de la ventanilla izquierda. No es para indicar que se quiere dar vuelta, sino para anunciar que el chofer está harto del calor, que puede controlar todo con un puño, que es un macho que no cree en accidentes, y que reglamentos y precauciones lo tienen sin cuidado. La policía pocas veces hace algo y parece, como en otros menesteres, rebasada (¿Habrá que llamar al ejército? –sin armas ni fueros, por favor). ¿Qué pueden hacer las autoridades para no perder su dignidad? Sencillo: contestan con topes y más topes. Todos –buenos, malos y feos– recibimos sus inesperados golpes bajos, raspamos los glúteos si llevamos más de tres pasajeros, y estamos obligados a gastar balatas y caja de velocidades con el ruido y humo concomitantes. Y más: lo único que recuerdo de mi traslado después de una operación de retina fueron los brincos de la ambulancia sobre esas tonterías. Recientemente el ejército nos regaló, además de los cuatro que ya estaban, otros quince topecitos frente a sus cuarteles (4 de subida y 11 de bajada). ¿Para qué ese puñetazo en la mesa? Y sin embargo, aceptamos la gramática de los topes como nos resignamos otros dislates; así es la cultura, así somos, y así hablamos.
Aquí mismo, en el campus Chamilpa de la universidad del estado hace poco las rutas volaban alrededor del circuito universitario. Pusieron letreros “Velocidad máxima: 20 km/h”. Nada. ¿Qué chofer iba a recorrer el circuito en primera (y con las puertas cerradas)? Seguramente humillado por tanto desacato, algún funcionario a cargo de la vialidad gritó: “¡Póngale topes a esos jijos de..!”. Y pusieron siete… y grandotes. Me pregunto si no estaríamos mejor servidos si se construyeran aceras a lo largo del circuito; así, los estudiantes no tendrían que caminar por el pavimento en primer lugar.
La corrección y amplitud del vocabulario denotan cultura e inteligencia. De la misma manera, conducir bien requiere de pericia y poder captar lo que sucede más allá de las cuatro ruedas de cada quien, para que el flujo vehicular no se haga bolas y sea más eficiente. En lugar de tantos spots del Bicentenario, la televisión podría ser un buen canal para popularizar la nueva gramática vehicular y social a la que aspiramos. Cuando esto suceda veremos que más personas optarán por el transporte público seguro, que ya no habrá más nudos en las glorietas, que las ambulancias llegarán sin zarandeos peligrosos, que los peatones usarán los cruces designados con la certeza de llegar sanos a la otra orilla, y que entonces la autoridad sin duda habrá desmontado sus topes. Así hablaremos bien de México cuando llegue el Tricentenario.