Para él, la élite es una clase política organizada, que la hace destacar de las masas. Empero, agrega, “esta clase monopoliza el poder político y controla el acceso a la élite de manera burocrática. Aunque cambie el sistema político, la élite dominante sigue existiendo”. Aquel concepto de “clase política” se complementa con las nociones de “lucha por la preeminencia” y de “fórmula política” también por formulados por Gaetano Mosca.
En su obra “La clase política” (México, Fondo de Cultura, 2004), Mosca nos invita a reflexionar sobre la incertidumbre e incredulidad que afecta actualmente a los mexicanos quienes, de alguna forma u otra, celebramos el Bicentenario de la Independencia Nacional preguntándonos si habría algo que festejar. Escribió el politólogo italiano: “En toda sociedad… existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numerosa desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de todas las ventajas que a él van unidas; mientras que la segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera… Y a ella le proporcionan, al menos aparentemente, los medios materiales de subsistencia y los que son necesarios para la vitalidad del organismo político”. ¿Qué tan lejos están las élites políticas mexicanas de la base social? Continuemos.
El jueves 2 de septiembre, en Reforma, el historiador mexicano Lorenzo Meyer escribió un interesante artículo titulado “La minoría se minoriza”, que hace alusión a Gaetano Mosca y definitivamente complementa el análisis respecto a las élites políticas y las circunstancias de quienes gobiernan a nuestro país desde un plano nacional, estatal y municipal. Escribió Meyer: “Una clase política que es percibida por una buena parte de los gobernados como ineficaz en el desempeño de sus tareas básicas, con poco sentido de la responsabilidad de lo colectivo y apegada en exceso al disfrute de los privilegios del poder, está marchando rumbo a callejones sin salida”. Y añadió: “La clase política actual (en México) es de extracción social relativamente alta, educada en instituciones particulares nacionales y extranjeras, su apoyo fundamental son las élites económica y religiosa y su fórmula política le dice poco a la mayoría. En esas condiciones trata de dirigir a una sociedad muy desigual, donde la pobreza ha ganado terreno como resultado de una economía sin dinamismo y donde la corrupción y la inseguridad brotan por todos lados. Si Mosca examinara a México, concluiría que tanto su clase política como su sociedad están en problemas”. Hasta aquí las referencias a Lorenzo Meyer.
El contexto de la celebración del Bicentenario tuvo como principal característica los frecuentes llamados a la unidad por parte del presidente Felipe Calderón Hinojosa, los representantes de los poderes legislativo y judicial a nivel federal, de los gobernadores en las entidades federativas, etcétera. Sin embargo, me parece que esos exhortos llegaron demasiado tarde.
Afortunadamente, ante ese discurso hubo voces distintas confirmando la realidad nacional, estatal y municipal, cuyo signo es la confrontación entre la clase política y su ansia por llegar al poder. A estas alturas de la mentada “independencia” nacional es evidente que a nuestra clase política no sólo le falta capacidad para enfrentar los agravios sociales, sino que le falla el sentido mismo de la realidad. No la ven, ni la sufren.
Y dentro de todos los discursos pronunciados me quedo con los conceptos expresados por Juan Carlos Salgado Ponce, joven presidente de la Coparmex en Morelos. Aunque también aludió la necesidad de acuerdos políticos teniendo como base la “unidad”, reconoció que 200 años después, 50 millones de mexicanos viven en pobreza y casi 20 millones en pobreza extrema. “Al igual que hoy, en la época de la Independencia el entorno se caracterizaba por la desunión, el descontento entre la población y la incertidumbre por la falta de visión y rumbo claro. Como ahora, la mayor parte de la gente sentía que sus autoridades y representantes no estaban en sintonía con sus intereses y necesidades. Al igual que en nuestro tiempo, las diferencias pesaban más que las coincidencias”.
Esta sigue siendo la realidad nacional. Sin embargo, me resigno ante las circunstancias y afirmo que México es grande y rico. Tan rico que los políticos, politicastros, politiqueros y politiquillos no se lo han acabado.