López Portillo, durante una improvisada y breve rueda de prensa cuyo escenario fue el vestíbulo del Teatro Cine Morelos, declaró que se iba decepcionado por la división de la clase política, lo cual impactaba negativamente para la unificación de esfuerzos entre amplios sectores de la población. Palabras más, palabras menos.
Una vez entronizado en la gubernatura, Bejarano acuñó el lema de la “unidad morelense” que lo acompañó a lo largo de un sexenio caracterizado, no por la apertura a todas las fuerzas políticas, ni la inclusión de destacados luchadores sociales en tareas gubernamentales; mucho menos abrió la agenda de gobierno para incorporar propuestas emanadas de organizaciones civiles y partidos distintos al PRI. Al contrario: aquella administración privilegió el arribo de fuereños que se incrustaron en los principales cargos públicos, y sobre todo empleó la represión para sofocar cualquier expresión disidente. O estabas a favor de ALB, o eras su enemigo.
El problema para los morelenses, actualmente, es que a pesar del avance democrático determinado por los electores en julio del año 2000, hoy todavía subsisten rémoras del pasado obstinados en retroceder hacia aquel tiempo. Su nostalgia los lleva a desear el poder por el poder mismo para vivir a costa del erario, exponiendo a la clase política de Morelos, en el contexto nacional, como una que se escapa de la realidad y se aleja día con día de los ciudadanos. No le importa la conceptualización mediocre que se hace de nuestros políticos, politicastros, politiqueros, politiquillos y politicones.
Ayer me referí a Gaetano Mosca, filósofo y político italiano, experto en lo que conocemos como clase política. Hoy añadiré algunos datos. Mosca concluyó que la división y oposición de intereses entre minoría poderosa y mayoría sometida no tiene solución: se da siempre y no es posible superarla. “La aceptación incuestionada de los privilegios de la minoría por la mayoría depende menos del ejercicio directo de la fuerza y más, mucho más, de la inteligencia de los gobernantes para elabora un discurso o una ‘fórmula política’ aceptable para los gobernados. Ese discurso es, en el fondo, parcial o totalmente falso, pero su objetivo es manipular de manera efectiva a los gobernados y hacerles suponer que existe y funciona una unidad de intereses y objetivos entre los que mandan y los que son mandados, que efectivamente existe un supuesto interés y proyecto comunes” (Gaetano Mosca, “La clase política”, México: Fondo de Cultura, 2004). Cualquier parecido con la manipulación de que sigue siendo objeto -la mayoría de las veces- la sociedad mexicana, no es coincidencia, sino parte de nuestra terrible realidad nacional, donde la clase política, cada tres años, se da con todo en aras de alcanzar el poder.
Algún día, conversando con mi hermano Víctor Manuel (hoy cronista oficial de Cuernavaca), me describió la forma en que los presidentes de la República y gobernadores en turno llegaban al poder junto con compadres, cuates y otro tipo de cómplices dispuestos a establecer intrincadas redes para el tráfico de influencias. De ese factor se han desprendido, inclusive, las peores luchas fratricidas entre mexicanos, pero que “hemos logrado superar”, según la visión del presidente Calderón expresada anteayer en el monumento a la Independencia.
Así, quisiera retomar parte de la columna escrita el 7 de julio de 2009. “El PRI arrasó el domingo y quizás gane la elección presidencial de 2012, pero estará siempre expuesto a nuevos escenarios de oposición y presiones. Lamentablemente, de las rencillas (muy pronto las veremos) el pagano de los platos rotos será el pueblo… Hace cien años decía Porfirio Díaz: la razón por la que le va mejor a Estados Unidos es que una vez que alguien gana la presidencia, el pueblo y los políticos se le unen para trabajar por la nación. En cambio en México, en cuanto alguien toma el poder, todos, enemigos y antiguos amigos, se ponen en su contra. Eso fue hace cien años y pudo haber sido dicho ayer… El proyecto de Guerrero era quitar a Victoria; el de Bustamante era quitar a Guerrero; el de Santa Anna era quitar al que estuviera; el de Juárez fue quitar a Santa Anna y el de Díaz derrumbar a Juárez. Madero tuvo un proyecto: quitar a Díaz; Obregón quitar a Carranza y Calles quitar a Obregón. El proyecto de Fox era quitar al PRI. El proyecto de López Obrador y el PRI es quitar a Calderón”.