La palabra solidaridad proviene del sustantivo latín “soliditas”, que expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza. Para la teología, el término está vinculado con el de fraternidad entre los hombres, que les impulsa a buscar el bien de todos “por el hecho mismo de que son iguales en dignidad gracias a la realidad de la filiación divina”.
En el Derecho se indica que algo o alguien son “solidarios” sólo entendiendo a éstos dentro de “un conjunto jurídicamente homogéneo de personas o bienes que integran un todo unitario, en el que resultan iguales las partes desde el punto de vista de la consideración civil o penal”. Dentro de una persona jurídica, se entiende que sus socios son “solidarios” cuando todos son individualmente responsables por la totalidad de las obligaciones. Para el Derecho, pues, la solidaridad implica una relación de responsabilidad compartida, de obligación conjunta.
En nuestros días, la palabra solidaridad ha recuperado popularidad, pero sólo es expresada y escuchada como tal en algunos sectores de la inmensa mayoría silenciosa que constituye nuestra nación. Es una palabra indudablemente positiva, que revela un interés casi universal por el bien del prójimo. Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas en torno a la solidaridad, por lo menos en nuestro país, cuyo principal obstáculo es la intrincada red de complicidades y alianzas entre los grupos que detentan el poder a través de determinadas élites. Todas están cortadas por la misma tijera y su objetivo fundamental es el lucro, no el servicio social. Salvo honrosas excepciones, con organizaciones civiles que pujan por incorporar a la agenda gubernamental los temas de verdadero interés social, la mayoría de políticos, politicastros, politiqueros, politiquillos y politicones están absortos en consolidar su situación patrimonial y objetivos personalistas; y esto no tiene nada que ver con la solidaridad, recordada ayer, por cierto, durante la conmemoración del 25 aniversario del terremoto que devastó a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985.
La mera verdad no hay para dónde hacerse, en un contexto plagado de incredulidad y desconfianza hacia las instituciones públicas. Mientras el gobierno dice “blanco”, la población dice “negro” sabedora, pues, de que las redes del poder están dedicadas a los pingües negocios que solamente permite la convivencia cotidiana en madrigueras. Por eso ha tenido tantísimo éxito la película “El Infierno”, del brillante director Luis Estrada, aún en cartelera. La cruda realidad nacional.
Para fortuna de quienes no hemos perdido al 100 por ciento la capacidad de asombro, todavía hay grupos civiles dedicados, al límite de su capacidad, a reconocer el esfuerzo de hombres y mujeres involucrados de por vida en actos de solidaridad. El viernes de la semana pasada, en la Casa de Encuentros y por iniciativa el Colectivo El Pregón, el Colectivo de Izquierda Zapatista, El Colectivo Lazarillos y la diputada Hortensia Figueroa Peralta, se entregaron 22 reconocimientos a ciudadanos morelenses que en las tres décadas anteriores aportaron su testimonio y congruencia a favor de la lucha social en Morelos. Es la primera vez que se realiza un evento de tal naturaleza, y la iniciativa plantea la urgencia de exaltar públicamente, así sea simbólicamente con un reconocimiento y la entrega de un libro, a militantes de las luchas sociales locales.
Entre otros que fueron objeto del reconocimiento se encuentran Gabriel Muñoz, dirigente sindical en la legendaria empresa “Textiles Morelos”; Ramón Quiroz, fundador de la Unidad Popular Cañera; el abogado Jorge Viveros Reyes, “El Che”, asesor jurídico en infinidad de luchas sindicales; Cecilia González Arenas, ex consejera de la Comisión de Derechos Humanos del Estado; Pedro Ortega, miembro del magisterio democrático; Armando Soriano, líder histórico en Xoxocotla; Sabás Rendón, líder histórico en el sindicalismo automotriz de Morelos; Raymundo Jaimes, otro importante dirigente en el gremio automotriz; Víctor Ariel Bárcenas Delgado, fundador del CCLM; Isaías Cano Morales, fundador del PRD-Morelos; y Armando Mier Merelo, sociólogo que murió en noviembre de 2009, quien recibió un homenaje póstumo. He aquí una pléyade de morelenses que se esfuerzan (o esforzaron) por practicar el concepto de la solidaridad. Desde luego que en otros sectores también hay elementos valiosos, pero se cuentan con los dedos de una mano.