Fue de hecho la construcción de la denominada “Plaza Cuernavaca” la que inició el “boom” comercial, implacable hasta nuestros días. En aquel tiempo se intensificó la especulación inmobiliaria por toda la ciudad, a partir del tráfico de influencias sobre los procedimientos teóricamente jurídicos vinculados al uso del suelo.
Es decir: surgió la enorme red de complicidades, desde ámbitos municipales, para permitir las constantes violaciones a la carta urbana y a las mínimas normas de construcción y urbanización, gracias a lo cual se enriquecieron los presidentes municipales y demás servidores públicos locales en turno, e incluso algunos funcionarios de corte estatal.
Sin embargo, poco o nada significaron esas pésimas experiencias para las autoridades municipales de tiempos recientes, de triste recuerdo en la memoria de miles de cuernavaquenses, pues la expansión comercial siguió avanzando por encima de los antiguos modelos de comercialización de productos. En tales condiciones desaparecieron miles de establecimientos del mercado tradicional de la capital morelense.
Por tales circunstancias me parecen importantes las reflexiones del geógrafo y urbanista español, Jordi Borja, sobre la acción del mercado en las ciudades que, desde su punto de vista, no puede actuar sin restricciones. Considera que la ciudad-negocio destruye la ciudad, tal como lo hemos constatado en dos décadas los cuernavaquenses, y reclama que los poderes públicos reduzcan los efectos desequilibrantes que el mercado suelto genera. Esto último ha sido una quimera para los ciudadanos que, impotentes, siguen observando la forma en que se degrada todo tipo de valores de una ciudad otrora “tranquila” y “hospitalaria”. No hay duda que esta problemática también contribuye a agravar la destrucción del tejido social y favorece las conductas ilegales o antisociales.
¿Quién es Jordi Borja? Actualmente es director del Máster de Políticas y Proyectos Urbanos de la Universidad de Barcelona, y ha participado en la elaboración de planes estratégicos y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas, entre ellas varias de la República Mexicana, como Aguascalientes. Entre los libros que ha publicado destacan “Local y Global: la gestión de las ciudades en la era de la información” (Taurus Ediciones, 1997) en colaboración con Manuel Castells, y “La ciudad conquistada”, (Alianza Editorial, 2003). Borja es, en resumen, uno de los urbanistas españoles más importantes y de mayor proyección a nivel mundial.
Entre las muchas temáticas que con marcada lucidez aborda en “La ciudad conquistada”, Borja deja en claro la necesidad de limitar el libre albedrío del mercado a la hora de hacer ciudad. Rechaza también la idea de que la sociedad atraviese por un proceso de “despolitización”, y sostiene que de la ciudad de los próximos años, de la ciudad que está por venir, sólo tenemos tendencias e insinuaciones pero no certezas acerca de cómo será.
Borja le concede particular importancia a la conquista que denomina “ciudadanía”. Destaca que la ciudadanía es una conquista cotidiana y que la vida social urbana nos exige conquistar constantemente nuevos derechos o hacer reales los derechos que poseemos formalmente.
No cree que exista despolitización. Lo que ocurre es que la politización se manifiesta de formas diferentes. Por ejemplo, hay un desapego o una pérdida de confianza en los partidos políticos, pero la gente va a votar de todas formas. Puede haber un cierto desinterés para movilizaciones muy ideológicas y, al mismo tiempo, por ejemplo, aparecen los movimientos antiglobalización, que por cierto son bastante ideológicos. En el caso de las ciudades, como es el caso mexicano, ha habido un proceso de gestión democrática de los ayuntamientos, con demandas y reivindicaciones que antes movilizaban a la gente pero que ahora no ocurre, lo cual está muy bien porque quiere decir que las administraciones públicas prestan unos servicios y responden a demandas importantes de la población. Pero de todas formas, cuando esto no ocurre, aparecen las movilizaciones populares. Ahora la conflictividad vuelve a florecer. La conflictividad en sí misma no es un mal ni un bien, sino que expresa un desequilibrio entre las ofertas y las demandas de las políticas públicas y sociales.