Etla, Oax.En el Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), en el municipio de Etla, la palabra y la imagen actúan como llaves prodigiosas que abren las puertas de una tierra ignota, poblada por seres quiméricos, a la que sólo se puede arribar traspasando la barrera del pensamiento racional, para conjuntar la realidad con el mundo de los sueños.
El escritor argentino Jorge Luis Borges y el pintor oaxaqueño Francisco Toledo, atisbaron esa otra realidad de la que se ha hablado a lo largo de los siglos, sin que se extinga en el devenir milenario, y dejaron testimonio en su escritura y en su narrativa visual.
La invitación incita a ponerse en acción: todo aquel visitante que ingrese al chalet del CaSa, deberá abrir un delgado cuadernillo de tan sólo seis páginas –que se le obsequia al ingresar y que está ilustrado en su portada con una pieza de Toledo-, en donde se reproducen los textos del Manual de Zoología fantástica.
A continuación, deberá seguir, cuadro a cuadro, el orden de la exposición pictórica, es decir, después de leer un texto se detendrá a contemplar la obra correspondiente y poder conjuntar así, los mundos recreados por dos imaginaciones potentes. La experiencia es espléndida.
Un total de 45 piezas pictóricas –y sus correspondientes textos breves- es lo que integra la exposición plástica Zoología fantástica. Homenaje a Jorge Luis Borges del año 1983, de la autoría de Francisco Toledo.
Hace unos días, el sábado 21 de diciembre, fue inaugurada la muestra en el chalet del CaSa, con un numeroso público que se dio cita en el lugar para admirar la obra creada por el artista juchiteco hace tres décadas y que, desde entonces, ha recorrido 70 ciudades del mundo entero, de países como Japón, Suiza, Alemania, Brasil y Argentina, además de diversos lugares en la República Mexicana.
De esa manera, desfilan ante los ojos de los visitantes, los integrantes de una fauna inconcebible para un mundo material y materialista: el dragón chino, el behemoth, el peritio, el grifo, el mono de la tinta, el mirmecoleón, la rémora, las liebre lunar, el bahamut, el burak, el unicornio chino, el nesnás, el devorador de las sombras, los ictiocentauros, etcétera.
A manera de información, en las paredes del lugar que funciona como galería se explica que fue a solicitud del Fondo de Cultura Económica (FCE) que Francisco Toledo ilustró el Manual de Zoología fantástica, en 1983.
“Y el resultado es un manual distinto y complementario donde las visiones transitan de lo extraordinario-a-lo-largo-de-los-siglos a lo extraordinario de todos los días. Toledo (nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1940) y formado al mismo tiempo en la cultura occidental y en las culturas indígenas) transforma su acervo zapoteca y lo despliega animosamente. Es la tradición muy personal y colectiva a la vez, que ya no contempla fieras monumentales capaces de levantar un elefante por los aires, ni el pueblo de los espejos que se anuncia con el rumor de las armas, ni hidras ni ictiocentauros, sino criaturas de todos los días, encarnaciones laicas de la religiosidad popular, parábolas de la sexualidad frenética, los animales tutelares (conejos, coyotes, venados, tortugas, iguanas) que emblematizan con sorna y cordialidad el instinto y la sabiduría”, apunta el texto.
En tanto, el cronista Carlos Monsiváis, autor del texto introductorio titulado Toledo y Borges. Las zoologías complementarias, resalta que en el Manual de zoología fantástica Jorge Luis Borges, “utilizando el método de asimilación y recreación de textos que tanto le interesó y divirtió, propone su ‘reserva ecológica’ de portentos, la galería de seres imaginarios que vagan por las regiones y las edades auspiciando ilusiones y terrores, y opacando a las mitologías domesticadas con formas prodigiosas y nombres que en sí mismos son hazañas del sonido creador: el kraken, la anfisbena, el bahamut, el matícora, el garuda, el borametz, el burak.”
Para el Manual, Borges y su colaboradora Margarita Guerrero seleccionaron animales intuidos y recordados por generaciones y por autores, bestias maravillosas que muchos creyeron indispensables en un plan ecuánime de la Creación, agrega el desaparecido Monsiváis.
Asegura que, “en sentido estricto, y no obstante la erudición verificable, Manual de Zoología fantástica es una plena invención borgiana, resultado del instinto selectivo de un gran escudriñador de universos, del explorador del universo ‘que otros llaman la Biblioteca’”.
Explica que “a su magistral modo, y por la sola vía de la literatura Borges ofrece un panorama de arquetipos universales de la pesadilla, la imaginación y el entusiasmo. El elemento común en este parque del “inconsciente colectivo” es el carácter irrecuperable de los monstruos. Son ya parte de los espejismos desvanecidos, de lo abolido por la masificación de la fantasía”.
De manera irónica, reflexiona que se trata de “un resumen notable de las ideas majestuosas de los antiguos, cuando los monstruos de moda aún no se adquirían en video shops y jugueterías y que todo quedaba al arbitrio del poderío de las visiones interiores”.
Cuando comenta la obra del pintor oaxaqueño, indica que “con discreción e irónica violencia, Toledo organiza su fabulario, Esopo testimonial y lujurioso, La Fontaine asilado en las maravillas de las concupiscencias, narrador visual de admirable eficacia”.
Al cavilar sobre la propuesta de los dos creadores, Monsiváis encuentra que “hay un punto de semejanza entre los relatos muy terrenales y muy estéticos de Toledo y el fabulario clásico de Borges: la duda ante el orden donde las formas ya arribaron a su límite. Si la capacidad de mezcla es tan infinita como el olvido, lo que soñaron los antiguos y lo que transmiten los informantes de Toledo, son relatos que confluyen hacia el mismo zoológico de la fantasía.”
“Toledo elige la zona de su tradición que más le importa, la pone al día, y la sugiere como memoria para adoptarse libremente, donde los seres imaginados no amenazan sino divierten, no representan los temores arraigados sino la lujuria o la ternura adecuadas a las circunstancias de este momento del relato”, finaliza.