Orilla
Me pesa el tiempo en la espalda. El café sirvió, pero siempre necesito más. Una joroba no se puede maquillar, aunque, en vez de tiempo, podría guardar ahí café. Y dar el siguiente paso, que no me lleva a ningún lado visible. Los demás entonces me verán alejarme, hundirme dentro de mí, para acercarme cada vez más al corazón. Puedo ser una ermitaña. Lo soy. Lo sé. Puedo también regresar a los caminos polvorientos que tapizaron fracasos ineludibles, quedarme un rato mirando la pesadilla y saber que fui yo, enemigo y perdedor. Un encuentro con la tristeza del pasado requiere un poco de valentía y no tanto cansancio. Sin embargo, de esas tristezas, mías y de nadie más, una orilla me rescata siempre. Así que voy y vengo, mientras no me olvide de respirar.
Derrumbe
A veces me derrumbo irremediablemente. Ahora mi espalda no aguanta los fracasos por tanto tiempo y caigo. Nunca he sabido pedir ayuda, sin embargo sobrevivo y no es por mí. Creo que mi vida es pura teoría, y la práctica un doliente errar por todos lados. Me pesa el mundo como si me perteneciera. La incertidumbre agota toda probabilidad y es inevitable otra tristeza. El corazón, contrito, exige el llanto. La mente, cruel, propone el castigo. Yo conozco el antídoto, es tan fácil como envolverse en la noche, ungüento para el descanso. Abreviar el incesante parloteo de los ladrones de la paz, que se parecen tanto a mí y me hablan desde todas partes. Corro, sospechando un miedo. ¿Cuánto de verdad hay en un temor? ¿Una breve amenaza se espanta con un ligero insulto? Mis piernas, cansadas, deciden esperar.
Acto de contrición
Salvar los gestos del amor. Apostar por los breves destellos de origen desconocido. Regar las sutilezas con las lágrimas de la desilusión y ver aparecer el rocío, hasta que el dolor escampe y recurramos a las nubes. Que el espíritu nos sorprenda en el intento. Empecemos por encarar los muros, derribando a cada paso una piedra y poniéndola más allá, donde pueda ser refugio. Habitar lo imposible contra todo pronóstico y seguir los caminos de la intuición. Lugares insospechados donde pace la paz, sobrevive el asombro y se agradece la claridad, para mirarse de frente y con calma. Hurgar en el encuentro las sonrisas más frescas, a punto de flor y ofrecerlas en ramillete, en gesto valiente y verdadero. Insistir en el abrazo como lenguaje universal, para auscultar nuestros pechos y encontrarle el eco a la vida. ¿Cuándo se nos olvidó la Tierra? Desde ese entonces nos fuimos perdiendo también a nosotros mismos. Relegados los manantiales, vinieron otros espejos que sí aceptaron mostrar falsas imágenes. Hasta nuestras propias sombras desdibujaron los cuerpos. El hermoso barro del que fuimos hechos se empantanó y así no pudo crecer el maíz del que otros hombres comerían. Así que tuvimos hijos hambrientos que no supieron la verdad. Pero, si todo estuviera perdido, la Tierra ya habría dejado de girar. Quedan piel y latidos. La Tierra, paciente, espera un acto de contrición.