No soy de los lectores que en años anteriores esperaron impacientes la publicación de su siguiente novela para ir a adquirirla de inmediato, en la primera librería que la exhibiera en sus vitrinas.
Cuando leí su primer trabajo literario al que tituló “La tumba” –lo hice después de comprarlo en una librería de viejo en la ciudad de México, era una edición de 1992 de editorial Grijalvo-, el texto me gustó porque me “entretuvo”, es decir, me hizo pasar un buen rato y nada más.
Contaba la historia de Gabriel, de apodo “Chejovito” o el inusual, por su doble tilde, “Chéjovín”, un muchacho trilingüe, educado y culto, como muchos de los jóvenes que yo conocía, por haber trabajado con ellos.
Sin embargo, cuando supe el contexto en que surgió la primera edición de esa obra, hace medio siglo, el trabajo inaugural de la carrera literaria de José Agustín me deslumbró.
Era una manera novedosa de narrar, dentro del panorama literario mexicano de la segunda mitad del siglo XX, sin solemnidad, con momentos de humor y de ironía, lleno de expresiones coloquiales. Los diálogos reproducían el habla de la juventud clasemediera, pero alta, de entonces y se filtraban gustos como el rock.
En este 2014, el autor cumple 70 años de edad y medio siglo como escritor. (Fotografía: José Antonio Gaspar)
Conversaciones en donde lo mismo cabían expresiones en inglés que en francés. Era una novela que cerraba la última página con un final fotográfico, peculiar (clic, clic, clic…).
Es decir, reunía algunas de las características que los críticos señalarían, más adelante, como propios de la literatura de la denominada generación de “la onda”.
A los 20 años de edad, José Agustín publicó esa obra que le daría el reconocimiento posterior, sin embargo, en un inicio lo hizo con “mala pata”. ¿Por qué?
Porque aunque su trabajo fue defendido para su publicación por el escritor Juan José Arreola, en el taller literario al que acudía José Agustín, junto con otros jóvenes escritores de su generación, a fin de que apareciera bajo el sello de Ediciones Master –proyecto editorial del taller de Arreola-, no hubo los recursos suficientes y José Agustín lo tuvo que publicar de manera independiente.
En el mes de agosto de 1964 salieron a la luz los primeros 500 ejemplares de “La tumba”, pero gracias a un préstamo considerable para esa época: dos mil pesos que le dio su padre. Y aunque el buscaría, con ayuda de ese volumen, una beca del Centro Mexicano de Escritores, no la consiguió debido a que la convocatoria se cerró un mes antes de que saliera su primera novela.
Poco después, el incipiente narrador de tono desenfadado vivió en Cuernavaca otro momento de “mala pata”: un incidente ocurrido en la capital morelense provocó que estuviera recluido siete meses en Lecumberri, en la ciudad de México: del 16 de diciembre de 1970 al 7 de julio de 1971. Durante ese encierro surgiría la que fue considerada su primera obra maestra: “Se está haciendo tarde (final en laguna)”.
Al regresar de un viaje a Acapulco, el autor y su esposa estuvieron a punto de chocar de frente con un camión, por lo que decidieron quedarse en unas cabañas en “La Ciudad de la Eterna Primavera” que rentaban unos amigos. En una lata de leche en polvo, José Agustín llevaba marihuana que todos se pusieron a fumar, despreocupados.
La mala fortuna hizo que esa noche, fuera aprehendidos unos vecinos, traficantes de drogas, por lo que cuando la policía –con sus clásicos métodos de investigación- llegó hasta el lugar donde fumaban los amigos, los detuvo acusándolos de suministrar estupefacientes e inclusive, quedó asentado falsamente que José Agustín lo hacía en su supuesta herramienta de trabajo: una lancha. Al escritor la autoridad lo señaló como lanchero acapulqueño.
Los momentos que vivió encerrado, los describe de manera efectiva la escritora y periodista Ana Lusa Calvillo, autora de la biografía no autorizada de José Agustín, a la que la editorial Blanco y Negro tituló “José Agustín. Una biografía de perfil”.
Ese libo apareció en 1998 y la autora me lo autografió con una dedicatoria, también en el mes de agosto. Fue ella quién nos platicó éstas y otras vivencias del novelista, cuando fue invitada por la escritora y catedrática de la UNAM, Josefina Estrada, a conversar con sus alumnos del Taller de Literatura que impartía en la carrera de Ciencias de la Comunicación.
Aunque José Agustín apoyó a Calvillo en sus investigaciones, tuvo tan “mala pata” con el libro que al final no le gustó, no lo autorizó y hasta se peleó con la autora, a la que dejó de hablarle y de tomarle las llamadas telefónicas, aunque la obra es excelente y Ana Luisa la sustenta con una diversidad de fuentes de manera pródiga.
Y todos estos recuerdos se hacen presentes ahora, debido a que pasado mañana, martes 19 de agosto, José Agustín –vecino de la ciudad de Cuautla desde hace muchos años- cumplirá 70 años de edad, acontecimiento que ya fue resaltado durante la pasada Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
He podido escuchar a ese maestro de las letras en diferentes ocasiones en Cuernavaca, desde una escuela particular ya desaparecidas hasta en el propio Jardín Borda. Sin embargo, hasta la fecha, no se tiene noticia de que se prepare una actividad para destacar el doble acontecimiento: su onomástico y sus 50 años como escritor. Ojalá y no seamos ahora los lectores de Morelos, los que tengamos esa “mala pata”.