Una orquesta sinfónica completa salió a las calles de la capital de Morelos e hizo de las suyas, al apostarse en el exterior de la que fuera la residencia del conquistador de este país y de la antigua Cuauhnáhuac.
Sus integrantes: muchachos y chicas que, a pesar del poco dominio del idioma español, recurrieron a un lenguaje sin barreras, que cautivó a quienes se toparon con el inesperado y temporal paisaje que formaron: la música. Una comunicación plena.
A los mariachis de la Plaza de Armas de Cuernavaca se les apareció una inesperada “competencia”, llegada desde Francia. Al menos eso pensaron algunos de los elementos en un primer momento.
Sin embargo, los músicos europeos que tocaron enfrente del Palacio de Cortés, no les representaba rivalidad alguna, porque no le cobraron un solo peso al público impresionado
-e impresionante- que se reunió alrededor suyo.
Momentos en que dos de los músicos se lucieron, de manera individual y al hacer dúo. El público feliz. (Fotografía: José Antonio Gaspar Díaz)
Fue tanta la curiosidad de los intérpretes de música mexicana, que se arremolinaron en la banqueta de enfrente de la explanada del Museo Cuauhnáhuac, donde antes estaba su famoso túnel.
60 jóvenes de la Jeune Orchestre Symphonique de l'Entre-deux-Mers (Josem) llamaron la atención desde antes de la afinación de sus instrumentos, cuando apenas colocaban las sillas y se fueron sentando poco a poco con sus variados instrumentos.
Hasta los comensales del piso más alto de uno de los restaurantes ubicados en el Callejón del Cubo miraban, intrigados, hacia abajo.
Como abejas atraídas por la miel, también empezaron a rondar los mimos, acróbatas –uno de plano se sentó y se quedó- y los infaltables en cualquier sitio donde se reúna la gente de manera numerosa: los vendedores de antojitos y golosinas.
El concierto al aire libre que sorprendió a los transeúntes del centro histórico de La Ciudad de la Eterna Primavera, inició más de media hora después de lo programado, la tarde del pasado miércoles 27 de agosto. Problemas de logística ocasionaron el retraso.
Varios cables, contactos eléctricos y bocinas, así como atriles y cajones de madera (donde supuestamente se subiría el director de la agrupación, Éloi Tembremande), se quedaron sin usar. Mejor se los llevó en una camioneta el personal que apoyó a los artistas.
Era su última actuación en la capital de Morelos, porque dos días después, volvieron a tocar, pero ahora en el ambiente mágico del municipio de Tepoztlán.
Dos de las artistas se levantaron de su lugar para invitar a bailar a la gente, especialmente a los niños. (Fotografía: José Antonio Gaspar Díaz)
Como mágica también fue ser definida su música: la agrupación tuvo la virtud de despertar la felicidad en quienes la escucharon, como lo demostró durante los días que permaneció en México, empezando desde su arribo, al tocar de manera inesperada en los pasillos del aeropuerto del Distrito Federal.
Los jóvenes se echaron a la bolsa a chicos y grandes. Hasta podría decirse, sin caer en hipérboles, que su público los amó. Bálsamo para un pueblo castigado por el crimen organizado… y por sus políticos.
El programa que interpretaron fue el mismo que trajeron bajo el brazo desde la región gala y que se escuchó en los distintos escenarios donde actuaron. Solamente con algunas variaciones, como interpretar nada más un movimiento de algunos temas, a fin de que el público diera rienda suelta a su entusiasmo, sin interrumpir su concentrada labor.
El disfrute de la variedad de temas musicales, hacía subir el nivel de los aplausos que recibían a cambio.
La Josem volvió a romper paradigmas: la más hermosa música del mundo –principalmente de Francia, Italia y México- era interpretada por una juventud ataviada como para ir de paseo, con tenis sin calcetines, sandalias, pantaloncillos cortos, vaporosos vestidos, minifaldas, playeras y blusas coloridas. Uno de los artistas usaba un sarape encima de sus ropas.
El joven director, volvió a ganarse las simpatías de un nuevo auditorio, no nada más por sus esponjados rizos arriba de su espigada figura, sino también por sus tropiezos para hablar en castellano, lo que ocasionaba sonrisas y risas entre los asistentes.
De vez en cuando hacía pausas mayores al percibir en el ambiente la diversidad de sonidos callejeros: desde la tambora que sonaba desde la Plaza de Armas, hasta las campanadas que llegaban desde la catedral.
Le dio oportunidad a algunos de sus músicos para que se lucieran de manera individual. Como a un violinista y a uno de los intérpretes del clarinete. El público feliz. Más aún cuando en un momento dado los dos chicos tocaron a dúo.
Dos de las artistas se levantaron de su lugar para invitar a bailar a la gente, especialmente a los niños. Las que aceptaron sin pena fueron las niñas, compartieron pasos y el público premio su espontaneidad. Otros, con la mortificación en el semblante, se negaron moviendo la cabeza.
El final del recital siguió quebrantando prototipos: los jóvenes de pie aumentaron la intensidad de los sonidos musicales –en el “crescendo” bailaban y la gente los acompañaba con palmadas frenéticas- hasta que terminaron subiéndose a las sillas, en el éxtasis de la ejecución instrumental.
Memorable fue el reconocimiento que se ganaron después del “encore”, pero la gente se quedó con ganas de más. ¿A quién le dan pan –espiritual- que llore?
*LA CALLE ES PARA TODOS
Los jóvenes músicos se colocaron en el exterior de la que fuera la residencia del conquistador de este país y de la antigua Cuauhnáhuac. (Fotografía: José Antonio Gaspar Díaz)
En entrevista con Bajo el volcán, el director de la orquesta sinfónica, Éloi Tembremande, admitió que al haber llevado esa clase de música a la calle, la agrupación demostró que no es sólo para una élite, sino para todos.
“La Josem tiene como meta principal demostrar que la música sinfónica puede estar en diferentes lados, que no necesariamente tiene que estar en una sala de conciertos. Así lo hemos hecho, obviamente en Francia, que es mi país de origen, y aquí en México”.
Añadió que el conjunto que dirige ya ha tocado sinfonías complejas en la calle en Francia, por ejemplo, de la autoría de Gustav Mahler, sin embargo, lo que acostumbra es presentar una variedad de géneros.
“Estamos haciendo una mezcla entre la música sinfónica tradicional y la música de festejo. Y así poder demostrar que la gente puede aprender todo este tipo de música y que la gente puede apegarse a la música sinfónica”, declaró.
-Sin embargo, tiene muchos riesgos sacar a la calle esta música, como la acústica, los ruidos que hay en el exterior, las campanas de catedral, la tambora en la Plaza de armas. A pesar de todo, la gente estaba muy concentrada escuchándolos. ¿No les incomodaron los ruidos?
-La calle es para todos y eso es lo interesante: que las personas pueden venir a escuchar algo sinfónico, aunque es algo diferente y después ir a donde los tambores y después a otro lado. Todo eso es lo que va a enriquecer al pueblo.
–¿Siempre terminan un concierto como una fiesta? En el teatro Ocampo la gente se puso de pie, les aplaudió y aquello se convirtió en algo extraordinario, porque los músicos se bajaron del escenario y convivieron con los asistentes.
-Es una tradición de Josem terminar mezclándose con el público, que empieza todo lo que es clásico y luego se va acercando hacia lo que es lo festivo y se mezcla con la gente.
-¿Cómo sentiste la reacción de la gente mexicana desde el aeropuerto, en Hidalgo, la ciudad de México y Cuernavaca?
-Poco a poco hay algo que se va creando entre el público mexicano y nosotros. Es como un rumor que se va corriendo poco a poco y que cada vez se conoce más. El público conoce más a la Josem y la Josem conoce más al público.