Este domingo, el pintor español Rafael Canogar, fundador del Grupo El Paso en 1957, llega a los 80 años de vida, dado que nació en Toledo España, el 17 de mayo de 1935.
Destaca es su biografía, que la aportación de Canogar a la Bienal de Venecia de 1958 atrajo la atención de la crítica y le abrió definitivamente las puertas al reconocimiento internacional.
Además de que la galería L'Attico de Roma le ofreció un contrato que mantendría durante mucho tiempo, ese mismo año fue seleccionado para la exposición "Pittsburgh International" y para la Bienal de Alejandría.
Imágenes de la obra de Canogar
El artista ha mantenido una relación de amistad desde hace más de dos décadas con el poeta y crítico de arte Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca Morelos, 1972), quien ha referido que en todo ese tiempo “he sido testigo de una labor secreta y de cambio constante. Rafael Canogar cree que la creación es una aventura: la primera pincelada, el primer trazo, el primer rompimiento con el pasado. Aunque es consciente que en momentos hay que volver al punto de partida. Atrás y adelante se abren espacios. En su caso: el informalismo, la figuración, la abstracción. Un cambio significativo del arte moderno, que me lleva a pensar en una palabra: metamorfosis”.
Menciona, además, que en cada etapa creativa, “Rafael Canogar se ha arriesgado a redescubrir su lenguaje pictórico. Y no puede retroceder. Él sabe dónde y cuándo terminará su aventura. (...) No es sólo un pintor poeta, es una sensibilidad lúcida, reflexiva. Sus formas, tensas y poéticas, cuyos colores son de un destello salvajemente entusiasta, que instan al recogimiento, al silencio, donde el espectador dialoga directamente con la obra aislada, sola, o en contextos de ritmo cerrado a conciencia”, apunta.
En cuanto al grupo español que Canogar fundó junto con otros artistas, Muñoz reflexiona: “más que un movimiento estético, El Paso fue una búsqueda constante del contacto con la modernidad: el informalismo. Fue el grito de libertad política, ideológica y cultural con que las nuevas generaciones europeas que se conocieron, y reconocieron en él la importancia de señalar y cicatrizar la herida de las dos guerras mundiales, el ocaso de las ideologías, y, en el caso de España el desastre de la guerra civil y los dominios de la dictadura”.
Respecto a la obra del artista, plantea: “Canogar pinta todas las variantes de una invención plástica. Inventa un lenguaje. Unión y desunión de signos. El descubrimiento no es intelectual sino ceremonia mágica. Cada obra es un campo de batalla, una memoria abierta; todo símbolo cambia continuamente; son encarnaciones momentáneas”.
“La pintura no es investigación –continúa Muñoz-, sino develación de la realidad. En estos últimos años, Canogar redescubre el don de la pintura y trata de darle un nuevo sentido. Su quehacer pictórico es un rehacer y hacer lleno de equilibrio y maestría. El cuadro se vuelve poesía. No como texto visual, como asimilación, cambio y experimentación. Cada cuadro desea extraer de sí mismo su propio significado poético y estético. Un camino difícil, pero que Canogar ha sabido sortear con gran fortuna a lo largo de toda su trayectoria. Canogar no sólo es estímulo, sino un modelo de cómo los recursos en el arte son inmensos”.
Como reflexión final, afirma: “Rafael Canogar es un artista que es capaz de contradecirse, un solitario que combate con el pasado y el presente, con sus maestros y sus contemporáneos, pero sobre todo, y como lo ha hecho a lo largo de más cincuenta años: con él mismo”.