Los seres humanos somos libres desde que nacemos. Lo que limita nuestra libertad son nuestras circunstancias particulares no elegidas, pero en cuando existimos tomamos una actitud ante ellas. Aunque no tenemos desde el inicio todas las facultades para hacernos cargo de nuestras decisiones, de todos modos las tomamos.
Así, hay bebes que ya expresan un talante, un temperamento que determina mucho lo que a ese infante le acontece. Un niño llorón, otro agresivo, uno calmado, otro pasivo, otro hiperactivo, todos esos estados afectan la manera en la que la madre y otros individuos de su entorno reaccionan ante él.
Podemos acumular experiencias intensas o no, desafiantes de nuestra integridad física que conforme crecemos pueden ser re-interpretadas por nosotros mismos y de allí que se vuelven elementos que elegimos integrar en nuestra vida y afectarla de un modo determinado por el significado que le vamos dando. Nunca contamos igual nuestra historia, varía la manera en que enfocamos ciertos eventos dependiendo de nuestro desarrollo y madurez.
Nada de lo que nos sucede es obra de la casualidad, eso no existe. Todo tiene una causa, un motivo, todo tiene una causalidad, un origen. En el caso de las personas, al ser libres, son entonces ellas causa de lo que les sucede, son el origen de lo que les acontece, son el motivo y la razón de lo que les pasa. De manera que no podemos pretender que lo que sea que nos pasa se pueda explicar sólo por causas externas, ajenas a mí y sin mi influencia. Si bien no somos omnipotentes, sino que hay otros que también deciden, causan y convocan ciertas circunstancias a su alrededor, eso no quiere decir que los demás deciden por mí, me causan y convocan por mí ciertas circunstancias. Tenemos puntos de cruce, o lo que sería mejor nombrar, somos cómplices, solemos encontrarnos con quien nos sigue el juego, con quien nos complementamos, nos coludimos, nos asociamos para conseguir que lo que hemos decidido ocurra.
Hay quienes pretenden olvidar su parte de responsabilidad y culpar a otros por lo que viven, por lo que les sucede, por su sufrimiento o por lo que sale mal en sus vidas, en sus relaciones. Pero no hay culpables, siempre hay cómplices. Si bien nuestra libertad puede ser más limitada cuando somos niños o nuestro poder para imponer nuestra voluntad, aun así elegimos al menos qué actitud asumir al respecto. Por eso es que es importante que nos podamos ver a nosotros mismos para reconocer hasta dónde fue mi elección, qué estoy poniendo yo para vivir lo que vivo ahora, sobre todo si quiero cambiarlo.
Hay personas que son ciegas para verse a sí mismas. No quieren reconocer lo que han hecho para que las cosas que viven resultaran así. Sabemos que todo acontecimiento es multicausal. No todo es causado por mí, pues si así fuera sería Dios, quien es causa y origen de todas las cosas. No somos causa y origen de todas las cosas, sólo de aquellas en las que co-participamos. En una relación la causa son ambas partes de lo que en ésta acontece, en una familia somos un elemento que determina lo que pasa en ésta y podemos escoger ser un “agente de cambio” o un “cómplice del conflicto”, o un “pasivo que apoya lo que pasa al no hacer nada”, o “un motivador de lo que de bueno se da”, “o alguien que colabora para el bien común”, etc.
Siempre tenemos una forma de influir y por ello es tan fundamental que sepamos vernos a nosotros mismos como origen y causa, pues entonces podemos asumir las consecuencias y por lo tanto conservarlas o cambiarlas.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al tel. 01 312 3 30 72 54
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